X CONGRESO INTERNACIONAL DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Teruel, 14-17 de Septiembre de 2010
MENTE Y CUERPO.
PARA UNA ONTOLOGÍA DEL SER HUMANO
COMUNICACIONES
Sección comunicaciones 2B
“El problema de lo mental en la Antropología”
Coord.: Vicente Sanfélix (Universitat de València).
9,30 h. – 11,30 h.
Sala de Juntas Vicerrectorado
Francisco T. Baciero Ruiz (Universidad de Salamanca)
1. Introducción
El
determinismo neurológico mantiene que todos los fenómenos psíquicos no sólo
correlacionan con sus sustratos fisiológicos cerebrales, lo que sería
reconocido por cualquier investigador en la materia, sino que defiende, además,
que todos los estados mentales (sensación, atención, percepción, emociones,
etc.), están causados de forma determinista por dichos correlatos, incluyendo los
más complejos o “sofisticados” de entre ellos, y que tradicionalmente se han
considerado como propiedades distintivas o exclusivas del ser humano: tales
como la autoconciencia y la libertad. Para estos neurobiólogos, tanto la
autoconciencia como el libre albedrío poseen el mencionado carácter “ilusorio”
a que nos acabamos de referir, pues aunque sean percibidos por el sujeto como
cualidades o propiedades reales de su vida psíquica, estarían sin embargo
determinados de forma necesaria por los procesos biológicos cerebrales en que
se fundan[4].
En
realidad, la autoatribución de nuestros actos conscientes a una conducta
supuestamente “libre” del “yo”, no se debería sino a necesidades de tipo
adaptativo ante un mundo “complejo” en el que el cerebro necesita sobrevivir,
por una parte, y a la necesidad de justificar ante el yo y la sociedad las
propias acciones de un modo más o menos socialmente plausible[5].
En
España, un firme partidario y divulgador del determinismo neurológico es el
profesor emérito de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid
F. J. Rubia, que no en vano ha ejercido más de veinte años de su carrera académica
en Alemania, llegando a ocupar la cátedra de fisiología de la universidad de
Munich. Su obra más reciente en ese sentido es El fantasma de la libertad. Datos de la revolución neurocientífica[6].
2.
Los experimentos “tipo Libet” y el
determinismo neurológico
La mayoría de los neurobiólogos
deterministas basan sus afirmaciones en una serie de experimentos iniciados a
finales de los años cincuenta y desarrollados ampliamente en los años setenta y
ochenta del siglo pasado por el investigador californiano B. Libet (1916-2007),
experimentos que, supuestamente, habrían demostrado de manera inequívoca que el
sujeto, a pesar de creerse libre, no lo es en realidad, o lo es sólo de un modo
muy limitado, pues su libertad consistiría más bien únicamente en la capacidad
de vetar o no la realización de una
acción que los dispositivos neuronales cerebrales ya habrían iniciado o “disparado”
por sí mismos a nivel inconsciente, antes de que el sujeto llegue a ser
consciente de desear llevar a cabo la acción “libremente”[7].
En ese sentido, no sería el sujeto el responsable de sus acciones en el ejercicio
de su libertad, sino más bien su “cerebro”, que “decidiría” por él, máxime
teniendo en cuenta que, como es sabido por la neurociencia, una gran parte de
la actividad cerebral acontece sin que el sujeto intervenga en ella
conscientemente[8].
Por
todo lo anterior, vamos a analizar con cierto detenimiento la estructura
general de los experimentos “tipo Libet” (o de “paradigma de Libet”, como también
suelen denominarse), y las diversas críticas a que se han sido expuestos en
relación con su pretendida capacidad para probar la inexistencia o el carácter
extraordinariamente limitado de la libertad[9].
En sus experimentos,
frecuentemente descritos[10],
Libet daba a los sujetos de experimentación la orden de realizar una tarea
sencilla (la flexión rápida de una muñeca o de los dedos de una mano), de forma
completamente aleatoria, al tiempo que sobre el cuero cabelludo del sujeto,
aproximadamente sobre el área motora o premotora cortical que controla el
movimiento, se colocaba un electrodo conectado a una computadora digital que
recogía la activación eléctrica del cerebro en los momentos previos a la
realización de la acción. Se requería del sujeto que informase del momento
preciso en que había decidido flexionar el dedo o la muñeca, para medir con la
mayor precisión posible el tiempo transcurrido desde la percepción subjetiva
del deseo de ejecutar la acción hasta su realización efectiva, por un lado, y
el tiempo transcurrido desde la activación eléctrica de la corteza cerebral (“potencial
preparatorio” o “dispositivo preparatorio”), hasta el momento de la percepción
subjetiva del deseo de llevar a cabo la acción.
De acuerdo con los resultados
de Libet, el “potencial preparatorio”[11]
se activaría unos 350 a 400 milisegundos antes de que el sujeto fuese
consciente de su deseo de ejecutar la acción, deseo que antecedería a su vez
unos 150 milisegundos a la realización de la acción misma, medida por un
electromiograma gracias a un electrodo aplicado al músculo encargado de ejecutarla[12].
Dada la dificultad para medir con exactitud la distancia temporal entre unos
acontecimientos y otros (pues activación del potencial preparatorio, conciencia
subjetiva de haber tomado la decisión de actuar, y realización de la acción,
tendrían lugar todos en poco más de medio
segundo), Libet diseñó un dispositivo de medida que consistía en situar al sujeto
frente a una esfera de reloj alrededor de la cual giraba un punto de luz de un osciloscopio
de rayos catódicos, punto luminoso que daba toda la vuelta a la esfera en el
sentido de las manecillas del reloj en sólo 2,56 segundos (unas 25 veces más rápido
por tanto de lo que lo hace la manecilla de los segundos de un reloj
convencional, que tarda 60 segundos en completar el recorrido, como es sabido).
Los sujetos informaban del lugar en que se encontraba la luz del osciloscopio en
el momento preciso en que habían tomado la decisión de ejecutar la acción[13].
Ello, unido a la medida del momento del inicio muscular de la acción, medido
gracias al electromiograma, obtenía los resultados que acabamos de mencionar.
Parecería, de acuerdo con
ello, que la acción “libre” del sujeto se iniciaría en realidad de modo
inconsciente en su cerebro (exactamente los 350 milisegundos de “potencial
preparatorio” previos a que el sujeto experimente la sensación subjetiva de
desear realizar la acción). Con ello se habría logrado aparentemente una “refutación
científica” prácticamente incontestable de la creencia intuitiva universal en la
libertad de la voluntad, por mucho que Libet no llegase a negar la libertad, si
bien entendida como mera posibilidad de vetar
la acción previamente incoada inconscientemente a nivel cerebral[14].
Los experimentos “tipo Libet”
han sido reevaluados modificando o introduciendo algunas otras variables por neurobiólogos
como Haggard y Eimer, o J.D. Haynes, experimentos que no han hecho sino
confirmar el sentido general de las afirmaciones de Libet. En el experimento de
Haggard y Eimer[15], sus
autores midieron el “potencial preparatorio lateralizado”, es decir, el de
aquel hemisferio del cerebro opuesto a la parte del cuerpo que realizaba la
acción prescrita (el movimiento de una mano), estableciendo que el “potencial preparatorio”
se iniciaba en dichos hemisferios antes que en la corteza suplementaria motora[16].
Haynes y colaboradores habrían
demostrado por su parte que el “potencial preparatorio” previo a la acción,
precedería a la misma, no medio, sino hasta siete segundos en ciertas
modalidades del experimento[17].
3. Algunas objeciones contra los experimentos “tipo Libet”
Si bien Libet no consideraba
que sus experimentos anulasen la libertad de la voluntad absolutamente, como hemos
dicho, la neurofisiología determinista sí ha concluido por extraer esa conclusión[18].
Sin embargo, negar la existencia del libre albedrío basándose en los
experimentos tipo Libet es ir más allá de lo que autorizaría una consideración
detenida de los mismos. De hecho, estos experimentos han sido objeto de tres géneros
de críticas principales que pasamos a exponer a continuación.
El primer tipo de críticas es
de índole estrictamente científica, y tiene que ver con las condiciones experimentales
y los parámetros empleados en la realización de los experimentos, que para
algunos autores, o bien estarían mal diseñados, o bien no aportarían pruebas
suficientes de lo que pretenden demostrar[19].
En este sentido, algunos autores han insistido en que medir el “potencial eléctrico
preparatorio” de una determinada parte del cerebro previo a la realización de
una acción, no es un criterio determinante para asignar una relación de causa y
efecto entre el área del cerebro activada y la acción correspondiente, puesto
que muchas partes del cerebro se activan previamente a la ejecución de
cualquier acción[20].
El
segundo tipo de críticas, en el que coinciden muchos autores, tiene que ver con
la clase de acciones que Libet sometió a su observación experimental, acciones
que no coinciden precisamente con lo que suele entenderse por una acción
voluntaria (y en ese sentido, “deliberada”), sino más bien con su opuesto, es
decir: con acciones más o menos “espontáneas” o automáticas realizadas bajo una
presión de tiempo, y por ello sin una excesiva deliberación consciente[21].
Pero
probablemente la crítica más pertinente a los experimentos de Libet sea la
formulada por G. Marchetti, y que tiene que ver con el hecho (que, por lo demás,
debería resultar bastante obvio), de que antes de que el potencial preparatorio
se active (o al menos de que sea recogido por los aparatos de medida), el
sujeto ya sabe la acción que debe
ejecutar, de acuerdo con las instrucciones recibidas, por lo que es lógico que
las áreas del cerebro de algún modo implicadas en la realización de dicha acción
se encuentren ya activadas (de lo que
daría testimonio el potencial eléctrico preparatorio), en previsión de la acción
que se debe ejecutar. Es posible que esas áreas del cerebro se encuentren efectivamente
activadas, y que en cierto modo estén operativas o “trabajando” ya de algún
modo, sin la intervención consciente del sujeto, pero la razón por la que
precisamente ellas están activas es precisamente
porque el sujeto conscientemente “se
ha dado la orden”, por así decir (después de haberla recibido de los
experimentadores), de realizar la acción (flexionar la muñeca o el dedo de modo
aleatorio). Marchetti ilustra justamente su explicación con un ejemplo muy
corriente tomado de la vida cotidiana: la búsqueda por el sujeto de un nombre
olvidado en la memoria, que el sujeto no es capaz de recuperar con su esfuerzo deliberado
y que sin embargo, tras un período de tiempo indeterminado (unos minutos,
incluso horas en ocasiones), “le viene” a la memoria de forma involuntaria, sin
haberlo buscado consciente o deliberadamente en ese preciso instante. Ello
probaría que los procesos de búsqueda de la palabra han seguido funcionando en
el cerebro de forma más o menos inconsciente, y que una vez “encontrada” la palabra,
ésta accedería fácilmente a la conciencia. Pero dichos procesos inconscientes
no se habrían activado si previamente el sujeto no se hubiese conscientemente
dado la orden de “búsqueda”[22].
Por ello podría afirmarse sencillamente que al “potencial preparatorio” precedería
en este caso y en los anteriores la instrucción o decisión voluntaria dada por
el sujeto previa y “libremente”[23].
Para
terminar, podríamos añadir que, si es claro que existen condicionamientos del cerebro y sus procesos biológicos sobre la
mente (es decir, sobre las decisiones
conscientes del sujeto), también es evidente, y es un hecho reconocido por los neurólogos
desde Ramón y Cajal al menos, que se da una causalidad en sentido contrario: de
la mente (de las decisiones conscientes del sujeto) sobre la estructura y fisiología
del cerebro, o de algunos de sus componentes. Es sabido que la realización
deliberada (decidida libremente) de una determinada actividad de modo habitual
(tocar un instrumento musical, por ejemplo), hace que las partes del cerebro
implicadas en ella se desarrollen, experimentando los circuitos neuronales y
las neuronas implicadas un desarrollo y perfeccionamiento (en forma, por
ejemplo, de aumento de las conexiones sinápticas entre las neuronas), mejorando
de este modo la “herramienta” biológica de que se “servirá” la mente en el
futuro (por utilizar una famosa metáfora empleada por Popper en El yo y su cerebro), facilitando de este
modo la ejecución de la tarea en futuras ocasiones. Una explicación de esta causalidad
“en sentido contrario” (de la mente -la decisión consciente- sobre la base biológica
del cerebro), sería muy difícil de explicar de acuerdo con las premisas del
determinismo neurológico[24].
4. Conclusión
Resulta
muy difícil prescindir de la conciencia y de la acción libre ligada a ella a la
hora de explicar una gran parte de la conducta humana, como ya sugirió Platón
claramente en un pasaje del Fedón al
distinguir claramente entre la causalidad física y la causalidad moral o libre[25].
Parecería, para terminar, que el determinismo
neurológico es una nueva versión del combativo materialismo naturalista de
finales del XIX, si bien en una forma más refinada, científicamente más
rigurosa y sin duda más cortés[26].
Las deficiencias epistemológicas y ontológicas de que adolece este monismo son
muchas y han sido diversamente señaladas[27].
Coincide sin embargo el determinismo neurológico en cierto modo con el espíritu
del determinismo naturalista del XIX por cierto carácter proselitista de que
hace gala y la autoconciencia que parece exhibir de haber llegado al
conocimiento de unas verdades científicas destinadas a provocar una “revolución
copernicana” (sic) en la autocomprensión del hombre occidental, basada
justamente hasta la fecha en la aceptación (explícita hasta hace poco tiempo, y
en cualquier caso implícita en las costumbres y las leyes), de la libertad o del
carácter autodeterminado de la conducta humana. Ese espíritu “revolucionario”
queda reflejado en el “Manifiesto” (elocuente título, por lo demás), firmado
por once eminentes neurobiólogos alemanes (entre ellos Roth y Singer) en 2004
en la revista alemana Gehirn und Geist[28].
En dicho manifiesto se alude más o menos veladamente a las “consecuencias”
morales y jurídicas que para la comprensión tradicional del hombre occidental
tendría el determinismo neurológico. Por lo demás se trata de una actitud
extendida entre sus defensores[29].
El mejor conocimiento de las bases biológicas
del cerebro y su funcionamiento permitirá muy probablemente con el paso del
tiempo llegar a saber cada vez con mayor precisión hasta qué punto y en qué
sentido se puede decir que el hombre es realmente libre y cuáles son los
posibles límites que la biología impone a la libertad. Para ello será necesario,
en cualquier caso, como ha señalado Soler Gil, diseñar experimentos más sofisticados
que los experimentos “tipo Libet”, i.e.,
experimentos que tengan en cuenta los sesgos deformantes presentes en los experimentos
que se han llevado a cabo hasta la fecha, y que podrían concretarse en las
siguientes modificaciones: 1) que las actividades realizadas por los sujetos de
experimentación sean actividades complejas no repetitivas (en las que por tanto
la conciencia, libre de automatismos, juegue un papel más relevante que hasta
ahora), 2) que las actividades evaluadas sean existencialmente significativas
para el sujeto (actividades que exijan, por consiguiente, una deliberación
seria y detenida y no una respuesta más o menos automática), 3) que las
actividades evaluadas no sean ejecutadas bajo una presión de tiempo impuesta
por el experimentador, presión que obliga al sujeto a tomar decisiones más o
menos maquinales[30]. Mientras
tanto, convendría estar alerta desde la filosofía ante la invasión
injustificada de una ontología (y una moral) reduccionistas que pretenderían
imponerse a partir de unos presupuestos científicos discutibles en sí mismos
(mucho más en sus supuestas implicaciones filosóficas), y que responderían a
una visión simplificada de la realidad que puede ser mucho más intolerante en
la práctica que cualquier posible o soñada “violenta dictadura de la metafísica”,
por decirlo en expresión postmoderna,
tal y como K.O. Apel ha puesto de manifiesto[31].
[1] Cfr. en ese sentido el elocuente título
de un ensayo del neurobiólogo alemán G. Roth, conocido representante del
mencionado grupo: “Wir sind determiniert. Die Hirnforschung befreit von
Illusionen” (“Estamos determinados. La investigación del cerebro libera de
ilusiones”), recogido en GEYER, CH., Hirnforschung
und Willensfreiheit, Suhrkamp Verlag, Frankfurt, 2004, pp. 218-222 (cit. en
ÁLVAREZ GÓMEZ, M., El problema de la
libertad ante la nueva escisión de la cultura, Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas, Madrid, 2007, pp. 121-3, uno de los mejores estudios que
se han dedicado en español a la cuestión y que seguiremos en muy buena medida).
Entre las grandes obras colectivas que dan fe del crecimiento exponencial de
los estudios sobre neurociencia en los últimos años cabe mencionar, por
ejemplo, las de GAZZANIGA, M.S., (ed.-in-chief), The cognitive neurosciences, MIT, Cambridge, 1995, PRIBRAM, K.H.
(ed.), Brain and values. Is a Biological Science of Values posible?, Lawrence
Erlbaum Associates Publishers, New Jersey-London, 1998, o LIBET, B.-FREEMAN,
A-SUTHERLAND, K. (eds.), Towards a
Neuroscience of Free Will, Imprint Academic, Exeter, 1999. En castellano disponemos, entre otros, del
manual de HAINES, D.E., Principios de
neurociencia, Elsevier, Madrid, 2003.
[2] Entre las obras de Gerhard Roth son
conocidos títulos como: Das Gehirn und
seine Wirklichkeit. Kognitive
Neurobiologie und ihre philosophischen Konsequenzen, Suhrkamp Frankfurt,
1997, Fühlen, Denken, Handeln. Wie das
Gehirn unser Verhalten steuert, Suhrkamp, Frankfurt, 2003, o Aus Sicht des Gehirns, Suhrkamp,
Frankfurt, 2003 (segunda edición revisada de 2009). De Singer suelen citarse: Der Beobachter im Gehirn. Essays
zur Hirnforschung, Suhrkamp Frankfurt, 2002, Ein neues Menschenbild? Gespräche über Hirnforschung, Suhrkamp,
Frankfurt, 2003, y Vom Gehirn zum
Bewusstsein, Suhrkamp, 2006 (cfr. ÁLVAREZ GÓMEZ, El problema de la libertad …, pp. 186-190 y passim).
[3] La misma Churchland es quien parece
haber acuñado el término “neurofilosofía” para designar aquella rama del
conocimiento, filosófica y científica a un tiempo, que se ocuparía de las
implicaciones epistemológicas y filosóficas que los crecientes conocimientos
científicos sobre el cerebro tendrían sobre algunos conceptos filosóficos
tradicionales (cfr. CHURCHLAND, P.S., Neurophilosophy:
Toward a Unified Science of the Mind-Brain, The MIT Press, Cambridge,
Massachussets, 1989, especialmente la Parte III: “A Neurophilosophical
Perspective”, pp. 403 ss., y CHURCHLAND, P.S., Brain-Wise: Studies in Neurophilosophy, MIT Press, Cambridge,
Massachussets, 2002). Como una rama de la “neurofilosofía” puede considerarse
la “neuroética” (cfr. una excelente introducción sobre el origen y alcances de
esta nueva disciplina, en JIMÉNEZ AMAYA, J.M., SÁNCHEZ MIGALLÓN, S., De la neurociencia a la neuroética.
Narrativa científica y reflexión filosófica, Eunsa, Pamplona, 2010, con una
amplia bibliografía en pp. 173-183. La universidad de Oxford ha publicado
recientemente su propio manual sobre neurofilosofía: ROSKIES, A., Handbook on Philosophy and Neuroscience,
Oxford University Press, New York, 2009, cit. en ibid., p. 181).
[4]
Cfr. diversos pasajes de Roth en ese sentido en ÁLVAREZ GÓMEZ, pp. 29,
40, 43.
[5]
Cfr. ibid., pp. 33-37, así como las muy pertinentes críticas del autor
del estudio.
[6] RUBIA, Francisco J., El fantasma de la libertad. Datos de la
revolución neurocientífica, Crítica, Barcelona, 2009. Entre sus obras
anteriores sobre cuestiones neurocientíficas y sus implicaciones filosóficas: La conexión divina: la experiencia mística y
la neurobiología, Crítica, 2002, El
cerebro nos engaña, Temas de Hoy, 2002, o ¿Qué sabes de tu cerebro?, Temas de Hoy, 2006. Una buena presentación
de las tesis y el “espíritu general”, por así decir, del determinismo neurológico,
puede leerse en las “Introductory Remarks” del propio Rubia al volumen
conjunto: RUBIA, F.J:, The brain: Recent
advances in neuroscience, Universidad Complutense, Madrid, 2009, pp. 15-20,
y en lo relativo a la importancia determinante de la vida emocional e
inconsciente en la conducta humana consciente (lo que podríamos llamar determinismo emocional), el artículo de
ROTH, G., “The Relationship between Reason and Emotion and its Impact for the
Concept of Free Will”, en ibid., pp. 25-36.
[7] El artículo “clásico” al que suele
remitirse es el de: LIBET, B.-GLEASON, C.A.-WRIGHT, E.W., PEARL D.K., “Time of
conscious Intention to Act in relation to Onset of Cerebral Activity
(readiness-potential)”, Brain, 106 (1983), 623-642, si bien Libet
reelaboró la cuestión en varios artículos posteriores, entre ellos LIBET, B., “Unconscious
cerebral initiative and the role of the conscious will in voluntary action”, The Behavioral and Brain Sciences, 8
(1985), 529-566 (cfr. una amplia lista de once artículos de Libet de 1964 a
1992 relacionados con la cuestión en MARCHETTI, G. “Commentary on Benjamin
Libet’s Mind Time. The Temporal Factor in Consiousness”, en www.mind-consciousness-language.com
(2005), pp. 1-14, consulta 23-VII-2010). Libet expuso los resultados de sus investigaciones anteriores en “Do
We Have Free Will?”, en LIBET-FREEMAN-SUTHERLAND, 1999, pp. 47-57 (edición como
libro del Journal of Consciouness Studies,
6, N. 8-9, 1999, pp. 47-57), seguiremos por ello las explicaciones de este artículo,
que recoge entre otros los resultados del experimento de 1983.
[8] Lo que estos autores suelen aducir además
como una prueba del carácter ilusorio de la conciencia: “Cada vez es más
evidente que el cerebro se compone de cientos de módulos … . Estos módulos
suelen funcionar en la mayoría de los casos de forma inconsciente, por lo que
el módulo que corresponde a lo que entendemos por mismidad o yo, que cree
ilusoriamente que todo está bajo su control, se equivoca palmariamente” (RUBIA,
F.J., El cerebro nos engaña, secc.
5.4., cit. en LÓPEZ CORREDOIRA, M., “Algunas respuestas a las críticas al
materialismo en el problema mente-cerebro”, en DIOSDADO, C., RODRÍGUEZ VALLS, F., ARANA, J., Neurofilosofía. Perspectivas contemporáneas,
Thémata/Plaza y Valdés, Madrid-Sevilla, 2010, pp. 129-141, p. 138).
[9] En cuanto a las múltiples interpretaciones
posibles de la relación mente-cerebro,
Libet, que comenzó siendo dualista, se
adscribía al final de su vida al emergentismo: “My view of mental subject
function is that it is an emergent property of appropriate brain functions”
(LIBET, B., Mind Time: The temporal
factor in consciousness, Perspectives in Cognitive Neuroscience, Harvard
University Press, 2004, p. 86, cit. en MARCHETTI, p. 11).
[10] Por ejemplo en RUBIA, El fantasma de la libertad, pp. 60-65, o
GAZZANIGA, M., El cerebro ético, Paidós,
2006, pp. 103-4.
[11] El término “potencial preparatorio” (Bereitschaftspotential, Readiness Potencial en su traducción
inglesa), fue acuñado por Kornhuber y Deecke en KORNHUBER, H.H., DEECKE, L., “Hirnpotentialänderungen
bei Willkürbewegungen und passiven Bewegungen des Menschen:
Bereitschaftspotential und reafferente Potentiale”, Pfluegers Archiv für die
Gesamte Physiologie des Menschen und der Tiere, 284 (1965), pp. 1-17 (cit.,
entre otros, en LIBET, 1999).
[12] Cfr. LIBET, 1999, pp. 48-49.
[13] LIBET, pp. 50-51. Según Libet, este procedimiento
aplicado sobre los nueve individuos que participaron en el experimento, conseguía
una fiabilidad de +- 20 milisegundos (cfr. ibid., p. 49, p. 51).
[14] Para sostener esta afirmación Libet se
basaba en los testimonios de algunos de los sujetos participantes en el
experimento, según los cuales, en ocasiones, después de aparecer el deseo
consciente o la “necesidad” de actuar, decidían inmediatamente “vetar” dicho
deseo o suprimirlo (LIBET, p. 52). Ese veto consciente
no necesitaría según Libet estar precedido de una actividad inconsciente previa
del cerebro como la verificada en principio para las acciones objeto de su
experimento (cfr. ibid., pp. 52-53, -lo que no deja de ser en cierto modo paradójico,
pues se trataría de una volición “libre” que no necesitaría de proceso cerebral
inconsciente ni “potencial preparatorio” previo alguno, cuando parece que esto
es precisamente lo que el experimento parece postular para todas las voliciones
en general, o dicho con otras palabras: si es posible que el veto acontezca sin actividad cerebral
previa alguna ¿por qué no habría de serlo también para cualquier otra acción de
las denominadas “voluntarias”?).
[15] HAGGARD, P., EIMER, M., “On the relation
between brain potentials and conscious awareness”, Experimental Brain Research, 126 (1999), 128-133 (cfr. una exposición
del experimento y alguna de las críticas que ha recibido en MURILLO, J.I., GIMÉNEZ
AMAYA, J.M., “Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los
experimentos de B. Libet y colaboradores”, Acta
Philosophica, II, 17 (2008), pp. 291-306, pp. 302-3).
[16] Cfr. MURILLO-GIMÉNEZ AMAYA, nota 33 de
la p. 303, para la discusión posterior sobre la cuestión entre Haggard y Libet.
[17] Cfr. SOON,
C.S., BRASS, M., HEINZE, H.J., HAYNES, J.D., “Unconscious determinants of free
decisions in the human brain”, Nature
Neuroscience, 11 (2008), 543-545. Una exposición del experimento puede verse en SOLER GIL, J., “Relevancia
de los experimentos de Benjamin Libet y de John-Dylan Haynes para el debate en
torno a la libertad humana en los procesos de decisión”, Thémata. Revista de Filosofía, 41 (2009), pp. 540-7, pp. 543-4.
[18] Así por ejemplo Roth: “el acto de la
voluntad aparece después de que el cerebro ha decidido ya qué movimiento va a realizar”
(cit. en ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 92).
[19] Cfr. en este
sentido los artículos recogidos por MURILLO-GIMÉNEZ AMAYA, J.M., p. 295, nota
9, entre los que se encontrarían los de: TREVENNA, J.A., MILLER, J., “Cortical
movement preparation before and after a conscious decision to move”, Consciousness and Cognition, 1 (2002),
pp. 367-375, POCKETT, S., “On subjective back-referral and how long it takes to
become conscious of a stimulus: A reinterpretation of Libet’s data”, Consciousness and Cognition, 11 (2002),
pp. 144-161, y GOMES, G., “The timing of conscious experience: A critical
Review and reinterpretation of Libet’s results on the timing of conscious
events”, Consciousness and Cognition,
7 (1998), pp. 559-595.
[20] Así por ejemplo: C.C. Wood, “Pardon,
your dualism is showing”, The Behavioral
and Brain Sciences, 8 (1985), pp. 557-558, p. 6, p. 14, algo semejante
sugería Eccles hace más de treinta años al afirmar, basándose en los
experimentos de Kornhuber, que el “potencial preparatorio” no es específico, y
sigue un patrón parecido para cualquier movimiento “voluntario” (cfr. The Self and its Brain, Springer
International, New York, London,1977, pp. 285, 293). El experimento de KELLER,
I., HECKHAUSEN, H., “Readiness potentials preceding spontaneous motor acts: voluntary
vs. invonluntary control”, Electroencephalography
and clinical neurophysiology, 76 (1990), 351-361 (cit. en SOLER GIL, p. 545
y nota 5), mostraría que “realizamos continuamente movimientos inconscientes,
precedidos por un potencial de disposición en el cerebro, con las características
del potencial medido por Libet” (art. cit., loc. cit.).
[21] En esto coinciden SOLER GIL, pp. 545-7,
MURILLO-GIMÉMEZ AMAYA, p. 304, o ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 93.
[22] Cfr. MARCHETTI, p. 7.
[23] A nivel de la experiencia subjetiva (desde
el punto de vista del sujeto o de “la primera persona”, por utilizar una
terminología habitual), observamos algo parecido: si nos dan la orden de
flexionar la muñeca de modo aleatorio (o cualquier orden en general),
inmediatamente nos encontramos en un estado psicológico de “alerta”, estamos “en
tensión” para ejecutar la acción requerida. Ese estado de “alerta” emocional ha
de tener necesariamente también algún reflejo a nivel cerebral, pero el estado
de “alerta” psicológico no ha surgido desde sí mismo (desde alguna instancia “inconsciente”
del cerebro previa a la decisión tomada por la conciencia), sino que ha sido
activado deliberadamente por el “sujeto”,
y eso sería lo relevante.
[24] Supondría algo así como que “el cerebro”
“toma” una decisión (tocar el piano) que se haría consciente en el sujeto (que
por lo demás, en realidad no es mucho más que el cerebro), para reobrar sobre sí
mismo. Cabría preguntarse por qué el cerebro habría de dar ese curioso “rodeo”
a través de la conciencia, y en cualquier caso, por qué no se puede prescindir
nunca de ella.
[25] “Pues, ¡por el perro!, tiempo ha, según
creo, que estos tendones y estos huesos estarían en Mégara o en Beocia,
llevados por la apariencia de lo mejor, de no haber creído yo que lo más justo
y lo más bello era, en vez de escapar y huir, el someterme, en acatamiento a la
ciudad, a la pena que me impusiera. Llamar causas a cosas de aquel tipo es
excesivamente extraño. Pero si alguno dijera que sin tener tales cosas, huesos,
tendones y todo lo demás que tengo, no sería capaz de llevar a la práctica mi
decisión, diría la verdad. Sin embargo, el decir que por ellas hago lo que
hago, y eso obrando con la mente, en vez de decir que es por la elección de lo
mejor, podría ser una grande y grave ligereza de expresión. Pues, en efecto, lo
es el no ser capaz de distinguir que una cosa es la causa real de algo y otra
aquello sin lo cual la causa nunca podría ser causa” (Fedón, 98c-d, traducción de Luis Gil, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 19692, p. 640).
[26] Tal y como sugiere ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 83.
[27] Nos hemos limitado a la crítica a los
experimentos tipo Libet, pero el determinismo neurológico puede ser criticado
desde otros muchos puntos de vista (cfr. un análisis detallado de sus muchas
deficiencias en ibid., especialmente en el apartado 5: “Incoherencias y
contradicciones significativas”, pp. 105-123).
[28] El manifiesto es reproducido como anexo
por Rubia al final de El fantasma de la
libertad, pp. 151-160.
[29] Cfr. a modo de ejemplo las declaraciones
de W. Singer y el filósofo T. Metzinger en su entrevista con KÖNNECKER, C., “La
visión materialista de la neuroética”, Mente
y cerebro, 4 (2008), pp. 56-59: “ahora se va estrechando el espacio de lo
que el ciudadano medio puede creer sin que los demás se le mofen. En mi opinión,
quien esté abierto al progreso científico no puede seguir creyendo en una
supervivencia personal después de la muerte” (Metzinger, p. 56), “Tendremos que
replantearnos ante todo algunos aspectos de nuestras leyes penales. Sería
conveniente que quienes hoy día se cuestionan la culpabilidad, recurrieran a
los últimos avances de la investigación neurológica” (Singer, p. 57). Rubia está
convencido de la “revolución neurocientífica” que está en marcha y que “cambiará
la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos, después de rebajar una
vez más el orgullo [¿por qué nos suena esto a déjá vu?] que nos ha hecho creer tantas falsedades” (RUBIA, El fantasma de la libertad, p. 149). Hay
que decir que el “Manifiesto” de Gehirn
und Geist al menos no anula la perspectiva de la “primera persona” o “perspectiva
interna”, como él la llama, evitando caer en un materialismo eliminativo
grosero (cfr. Rubia, El fantasma …,
p. 160).
[30] Cfr. SOLER GIL, 2009, pp. 545-7.
[31] Cfr. sus lúcidas reflexiones sobre las
implicaciones “ontológicas” de determinados programas supuestamente “exclusivamente”
científicos ya caducados (el positivimo y el marxismo en particular), frente a
las pretensiones siempre más modestas y autocríticas de la metafísica
tradicional en APEL, K.O., “¿Es posible actualmente un paradigma posmetafísico
de filosofía primera?”, en APEL, K-O., Semiótica
trascendental y filosofía primera, Síntesis, Madrid, 2002, pp. 21-49
(original alemán: “Kann es in der Gegenwart ein postmetaphysisches Paradigma
der Ersten Philosophie geben?”, en SCHNÄDELBACH, H-KELL, G. (eds.), Philosophie der Gegenwart-Gegenwart der
Philosophie, Junius Verlag, Hamburgo 1993), donde Apel sostiene con razón
que: “aunque la ciencia empírica no haya dejado de echar en cara a la metafísica
su dogmatismo y su autoinmunización contra la crítica, éstos
nunca alcanzaron en la metafísica tradicional, ni con mucho, las proporciones
que llegaron a adquirir en el intento, ahora ya histórico [se refiere al
positivismo del XIX], de una teoría científica de su sustitución por medio de
la ciencia” (p. 24), “También respecto de estas concepciones de un reduccionismo naturalista-cientificista me
atrevo a afirmar que, bien mirado, representan formas de un pensamiento metafísico-posmetafísico
mucho más dogmáticas y peligrosas que las de la metafísica tradicional” (ibid.,
p. 25). Sobre el carácter verdaderamente “dogmático” de ciertas posturas
naturalistas reduccionistas, valgan como botón de muestra las siguientes
palabras de un científico en activo adscrito al determinismo neurológico: “Cuando
los pensadores sobrepongan la racionalidad a la sensiblería, cuando dejemos de
ser mujercitas preocupadas por los sentimientos, cuando los hombres se armen de
coraje suficiente como para afrontar con entereza que no son nada, cuando sepan
coger al toro por los cuernos y no huirle, … ; cuando todo esto ocurra, quizás
no tengamos que discutir más estos temas
[libertad-conciencia-pluralismo/monismo]” (?) (LÓPEZ CORREDOIRA, “Algunas
respuestas a las críticas al materialismo …”, p. 141).