X CONGRESO INTERNACIONAL DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Teruel, 14-17 de Septiembre de 2010

MENTE Y CUERPO.
PARA UNA ONTOLOGÍA DEL SER HUMANO



COMUNICACIONES
Sección comunicaciones 2B

“El problema de lo mental en la Antropología”
Coord.: Vicente Sanfélix (Universitat de València).

9,30 h. – 11,30 h.
Sala de Juntas Vicerrectorado

Algunas reflexiones sobre los experimentos “tipo Libet” y las bases del determinismo neurológico.
Francisco T. Baciero Ruiz (Universidad de Salamanca)
Documento sin título

1. Introducción

             Dentro de las interpretaciones monistas (o quizás fuera más exacto decir, monistas emergentistas), del problema de la relación mente-cerebro, una de las más recientes es probablemente la surgida en los últimos veinte años en Estados Unidos (y desarrollada especialmente en Alemania en la última década), que suele denominarse “determinismo neurológico” o “neurobiológico”. Se trata de un grupo de investigadores del cerebro, científicos de profesión, que a partir de los estudios cada vez más precisos y exhaustivos sobre el cerebro humano desarrollados sobre todo en los últimos cuarenta años, sostiene que tanto la libertad, tal como se ha atribuido al hombre en la cultura occidental durante siglos, así como la conciencia en que aquella se funda, como ha sido tradicionalmente defendido por los filósofos, no serían reales, sino que consistirían simplemente en, literalmente, “ilusiones” del sujeto, fundadas en los procesos cerebrales que les sirven de soporte fisiológico [1] . El determinismo neurobiológico es una de las posiciones científicas que abogan hoy más decididamente en favor del determinismo de la voluntad. Científicos destacados que se adscriben a esta corriente con deliberadas implicaciones filosóficas son, entre otros, los neurobiólogos alemanes Gerhard Roth y Wolf Singer [2] . Las tesis “filosóficas” de tipo reduccionista de Roth y Singer han ido precedidas en el terreno filosófico por las obras de la filósofa canadiense-norteamericana P. S. Churchland, probablemente una de las primeras en formular un programa de investigación científico-filosófico de carácter monista sobre las relaciones entre la mente y el cerebro contra las intuiciones espontáneas de carácter dualista de la denominada “psicología popular” [3] .

            El determinismo neurológico mantiene que todos los fenómenos psíquicos no sólo correlacionan con sus sustratos fisiológicos cerebrales, lo que sería reconocido por cualquier investigador en la materia, sino que defiende, además, que todos los estados mentales (sensación, atención, percepción, emociones, etc.), están causados de forma determinista por dichos correlatos, incluyendo los más complejos o “sofisticados” de entre ellos, y que tradicionalmente se han considerado como propiedades distintivas o exclusivas del ser humano: tales como la autoconciencia y la libertad. Para estos neurobiólogos, tanto la autoconciencia como el libre albedrío poseen el mencionado carácter “ilusorio” a que nos acabamos de referir, pues aunque sean percibidos por el sujeto como cualidades o propiedades reales de su vida psíquica, estarían sin embargo determinados de forma necesaria por los procesos biológicos cerebrales en que se fundan[4].

            En realidad, la autoatribución de nuestros actos conscientes a una conducta supuestamente “libre” del “yo”, no se debería sino a necesidades de tipo adaptativo ante un mundo “complejo” en el que el cerebro necesita sobrevivir, por una parte, y a la necesidad de justificar ante el yo y la sociedad las propias acciones de un modo más o menos socialmente plausible[5].

            En España, un firme partidario y divulgador del determinismo neurológico es el profesor emérito de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid F. J. Rubia, que no en vano ha ejercido más de veinte años de su carrera académica en Alemania, llegando a ocupar la cátedra de fisiología de la universidad de Munich. Su obra más reciente en ese sentido es El fantasma de la libertad. Datos de la revolución neurocientífica[6].

 

            2. Los experimentos “tipo Libet” y el determinismo neurológico

 

           

La mayoría de los neurobiólogos deterministas basan sus afirmaciones en una serie de experimentos iniciados a finales de los años cincuenta y desarrollados ampliamente en los años setenta y ochenta del siglo pasado por el investigador californiano B. Libet (1916-2007), experimentos que, supuestamente, habrían demostrado de manera inequívoca que el sujeto, a pesar de creerse libre, no lo es en realidad, o lo es sólo de un modo muy limitado, pues su libertad consistiría más bien únicamente en la capacidad de vetar o no la realización de una acción que los dispositivos neuronales cerebrales ya habrían iniciado o “disparado” por sí mismos a nivel inconsciente, antes de que el sujeto llegue a ser consciente de desear llevar a cabo la acción “libremente”[7]. En ese sentido, no sería el sujeto el responsable de sus acciones en el ejercicio de su libertad, sino más bien su “cerebro”, que “decidiría” por él, máxime teniendo en cuenta que, como es sabido por la neurociencia, una gran parte de la actividad cerebral acontece sin que el sujeto intervenga en ella conscientemente[8].

            Por todo lo anterior, vamos a analizar con cierto detenimiento la estructura general de los experimentos “tipo Libet” (o de “paradigma de Libet”, como también suelen denominarse), y las diversas críticas a que se han sido expuestos en relación con su pretendida capacidad para probar la inexistencia o el carácter extraordinariamente limitado de la libertad[9].

En sus experimentos, frecuentemente descritos[10], Libet daba a los sujetos de experimentación la orden de realizar una tarea sencilla (la flexión rápida de una muñeca o de los dedos de una mano), de forma completamente aleatoria, al tiempo que sobre el cuero cabelludo del sujeto, aproximadamente sobre el área motora o premotora cortical que controla el movimiento, se colocaba un electrodo conectado a una computadora digital que recogía la activación eléctrica del cerebro en los momentos previos a la realización de la acción. Se requería del sujeto que informase del momento preciso en que había decidido flexionar el dedo o la muñeca, para medir con la mayor precisión posible el tiempo transcurrido desde la percepción subjetiva del deseo de ejecutar la acción hasta su realización efectiva, por un lado, y el tiempo transcurrido desde la activación eléctrica de la corteza cerebral (“potencial preparatorio” o “dispositivo preparatorio”), hasta el momento de la percepción subjetiva del deseo de llevar a cabo la acción.

De acuerdo con los resultados de Libet, el “potencial preparatorio”[11] se activaría unos 350 a 400 milisegundos antes de que el sujeto fuese consciente de su deseo de ejecutar la acción, deseo que antecedería a su vez unos 150 milisegundos a la realización de la acción misma, medida por un electromiograma gracias a un electrodo aplicado al músculo encargado de ejecutarla[12]. Dada la dificultad para medir con exactitud la distancia temporal entre unos acontecimientos y otros (pues activación del potencial preparatorio, conciencia subjetiva de haber tomado la decisión de actuar, y realización de la acción, tendrían lugar todos en poco más de medio segundo), Libet diseñó un dispositivo de medida que consistía en situar al sujeto frente a una esfera de reloj alrededor de la cual giraba un punto de luz de un osciloscopio de rayos catódicos, punto luminoso que daba toda la vuelta a la esfera en el sentido de las manecillas del reloj en sólo 2,56 segundos (unas 25 veces más rápido por tanto de lo que lo hace la manecilla de los segundos de un reloj convencional, que tarda 60 segundos en completar el recorrido, como es sabido). Los sujetos informaban del lugar en que se encontraba la luz del osciloscopio en el momento preciso en que habían tomado la decisión de ejecutar la acción[13]. Ello, unido a la medida del momento del inicio muscular de la acción, medido gracias al electromiograma, obtenía los resultados que acabamos de mencionar.

Parecería, de acuerdo con ello, que la acción “libre” del sujeto se iniciaría en realidad de modo inconsciente en su cerebro (exactamente los 350 milisegundos de “potencial preparatorio” previos a que el sujeto experimente la sensación subjetiva de desear realizar la acción). Con ello se habría logrado aparentemente una “refutación científica” prácticamente incontestable de la creencia intuitiva universal en la libertad de la voluntad, por mucho que Libet no llegase a negar la libertad, si bien entendida como mera posibilidad de vetar la acción previamente incoada inconscientemente a nivel cerebral[14].

Los experimentos “tipo Libet” han sido reevaluados modificando o introduciendo algunas otras variables por neurobiólogos como Haggard y Eimer, o J.D. Haynes, experimentos que no han hecho sino confirmar el sentido general de las afirmaciones de Libet. En el experimento de Haggard y Eimer[15], sus autores midieron el “potencial preparatorio lateralizado”, es decir, el de aquel hemisferio del cerebro opuesto a la parte del cuerpo que realizaba la acción prescrita (el movimiento de una mano), estableciendo que el “potencial preparatorio” se iniciaba en dichos hemisferios antes que en la corteza suplementaria motora[16].

Haynes y colaboradores habrían demostrado por su parte que el “potencial preparatorio” previo a la acción, precedería a la misma, no medio, sino hasta siete segundos en ciertas modalidades del experimento[17].

 

 

3. Algunas objeciones contra los experimentos “tipo Libet”

 

 

Si bien Libet no consideraba que sus experimentos anulasen la libertad de la voluntad absolutamente, como hemos dicho, la neurofisiología determinista sí ha concluido por extraer esa conclusión[18]. Sin embargo, negar la existencia del libre albedrío basándose en los experimentos tipo Libet es ir más allá de lo que autorizaría una consideración detenida de los mismos. De hecho, estos experimentos han sido objeto de tres géneros de críticas principales que pasamos a exponer  a continuación.

El primer tipo de críticas es de índole estrictamente científica, y tiene que ver con las condiciones experimentales y los parámetros empleados en la realización de los experimentos, que para algunos autores, o bien estarían mal diseñados, o bien no aportarían pruebas suficientes de lo que pretenden demostrar[19]. En este sentido, algunos autores han insistido en que medir el “potencial eléctrico preparatorio” de una determinada parte del cerebro previo a la realización de una acción, no es un criterio determinante para asignar una relación de causa y efecto entre el área del cerebro activada y la acción correspondiente, puesto que muchas partes del cerebro se activan previamente a la ejecución de cualquier acción[20].

            El segundo tipo de críticas, en el que coinciden muchos autores, tiene que ver con la clase de acciones que Libet sometió a su observación experimental, acciones que no coinciden precisamente con lo que suele entenderse por una acción voluntaria (y en ese sentido, “deliberada”), sino más bien con su opuesto, es decir: con acciones más o menos “espontáneas” o automáticas realizadas bajo una presión de tiempo, y por ello sin una excesiva deliberación consciente[21].

            Pero probablemente la crítica más pertinente a los experimentos de Libet sea la formulada por G. Marchetti, y que tiene que ver con el hecho (que, por lo demás, debería resultar bastante obvio), de que antes de que el potencial preparatorio se active (o al menos de que sea recogido por los aparatos de medida), el sujeto ya sabe la acción que debe ejecutar, de acuerdo con las instrucciones recibidas, por lo que es lógico que las áreas del cerebro de algún modo implicadas en la realización de dicha acción se encuentren ya activadas (de lo que daría testimonio el potencial eléctrico preparatorio), en previsión de la acción que se debe ejecutar. Es posible que esas áreas del cerebro se encuentren efectivamente activadas, y que en cierto modo estén operativas o “trabajando” ya de algún modo, sin la intervención consciente del sujeto, pero la razón por la que precisamente ellas están activas es precisamente porque el sujeto conscientemente “se ha dado la orden”, por así decir (después de haberla recibido de los experimentadores), de realizar la acción (flexionar la muñeca o el dedo de modo aleatorio). Marchetti ilustra justamente su explicación con un ejemplo muy corriente tomado de la vida cotidiana: la búsqueda por el sujeto de un nombre olvidado en la memoria, que el sujeto no es capaz de recuperar con su esfuerzo deliberado y que sin embargo, tras un período de tiempo indeterminado (unos minutos, incluso horas en ocasiones), “le viene” a la memoria de forma involuntaria, sin haberlo buscado consciente o deliberadamente en ese preciso instante. Ello probaría que los procesos de búsqueda de la palabra han seguido funcionando en el cerebro de forma más o menos inconsciente, y que una vez “encontrada” la palabra, ésta accedería fácilmente a la conciencia. Pero dichos procesos inconscientes no se habrían activado si previamente el sujeto no se hubiese conscientemente dado la orden de “búsqueda”[22]. Por ello podría afirmarse sencillamente que al “potencial preparatorio” precedería en este caso y en los anteriores la instrucción o decisión voluntaria dada por el sujeto previa y “libremente”[23].

            Para terminar, podríamos añadir que, si es claro que existen condicionamientos del cerebro y sus procesos biológicos sobre la mente (es decir, sobre las decisiones conscientes del sujeto), también es evidente, y es un hecho reconocido por los neurólogos desde Ramón y Cajal al menos, que se da una causalidad en sentido contrario: de la mente (de las decisiones conscientes del sujeto) sobre la estructura y fisiología del cerebro, o de algunos de sus componentes. Es sabido que la realización deliberada (decidida libremente) de una determinada actividad de modo habitual (tocar un instrumento musical, por ejemplo), hace que las partes del cerebro implicadas en ella se desarrollen, experimentando los circuitos neuronales y las neuronas implicadas un desarrollo y perfeccionamiento (en forma, por ejemplo, de aumento de las conexiones sinápticas entre las neuronas), mejorando de este modo la “herramienta” biológica de que se “servirá” la mente en el futuro (por utilizar una famosa metáfora empleada por Popper en El yo y su cerebro), facilitando de este modo la ejecución de la tarea en futuras ocasiones. Una explicación de esta causalidad “en sentido contrario” (de la mente -la decisión consciente- sobre la base biológica del cerebro), sería muy difícil de explicar de acuerdo con las premisas del determinismo neurológico[24].

 

 

4. Conclusión

 

 

            Resulta muy difícil prescindir de la conciencia y de la acción libre ligada a ella a la hora de explicar una gran parte de la conducta humana, como ya sugirió Platón claramente en un pasaje del Fedón al distinguir claramente entre la causalidad física y la causalidad moral o libre[25].

            Parecería, para terminar, que el determinismo neurológico es una nueva versión del combativo materialismo naturalista de finales del XIX, si bien en una forma más refinada, científicamente más rigurosa y sin duda más cortés[26]. Las deficiencias epistemológicas y ontológicas de que adolece este monismo son muchas y han sido diversamente señaladas[27]. Coincide sin embargo el determinismo neurológico en cierto modo con el espíritu del determinismo naturalista del XIX por cierto carácter proselitista de que hace gala y la autoconciencia que parece exhibir de haber llegado al conocimiento de unas verdades científicas destinadas a provocar una “revolución copernicana” (sic) en la autocomprensión del hombre occidental, basada justamente hasta la fecha en la aceptación (explícita hasta hace poco tiempo, y en cualquier caso implícita en las costumbres y las leyes), de la libertad o del carácter autodeterminado de la conducta humana. Ese espíritu “revolucionario” queda reflejado en el “Manifiesto” (elocuente título, por lo demás), firmado por once eminentes neurobiólogos alemanes (entre ellos Roth y Singer) en 2004 en la revista alemana Gehirn und Geist[28]. En dicho manifiesto se alude más o menos veladamente a las “consecuencias” morales y jurídicas que para la comprensión tradicional del hombre occidental tendría el determinismo neurológico. Por lo demás se trata de una actitud extendida entre sus defensores[29].

            El mejor conocimiento de las bases biológicas del cerebro y su funcionamiento permitirá muy probablemente con el paso del tiempo llegar a saber cada vez con mayor precisión hasta qué punto y en qué sentido se puede decir que el hombre es realmente libre y cuáles son los posibles límites que la biología impone a la libertad. Para ello será necesario, en cualquier caso, como ha señalado Soler Gil, diseñar experimentos más sofisticados que los experimentos “tipo Libet”, i.e., experimentos que tengan en cuenta los sesgos deformantes presentes en los experimentos que se han llevado a cabo hasta la fecha, y que podrían concretarse en las siguientes modificaciones: 1) que las actividades realizadas por los sujetos de experimentación sean actividades complejas no repetitivas (en las que por tanto la conciencia, libre de automatismos, juegue un papel más relevante que hasta ahora), 2) que las actividades evaluadas sean existencialmente significativas para el sujeto (actividades que exijan, por consiguiente, una deliberación seria y detenida y no una respuesta más o menos automática), 3) que las actividades evaluadas no sean ejecutadas bajo una presión de tiempo impuesta por el experimentador, presión que obliga al sujeto a tomar decisiones más o menos maquinales[30]. Mientras tanto, convendría estar alerta desde la filosofía ante la invasión injustificada de una ontología (y una moral) reduccionistas que pretenderían imponerse a partir de unos presupuestos científicos discutibles en sí mismos (mucho más en sus supuestas implicaciones filosóficas), y que responderían a una visión simplificada de la realidad que puede ser mucho más intolerante en la práctica que cualquier posible o soñada “violenta dictadura de la metafísica”, por decirlo en expresión postmoderna, tal y como K.O. Apel ha puesto de manifiesto[31].

 

 

           

 



[1] Cfr. en ese sentido el elocuente título de un ensayo del neurobiólogo alemán G. Roth, conocido representante del mencionado grupo: “Wir sind determiniert. Die Hirnforschung befreit von Illusionen” (“Estamos determinados. La investigación del cerebro libera de ilusiones”), recogido en GEYER, CH., Hirnforschung und Willensfreiheit, Suhrkamp Verlag, Frankfurt, 2004, pp. 218-222 (cit. en ÁLVAREZ GÓMEZ, M., El problema de la libertad ante la nueva escisión de la cultura, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 2007, pp. 121-3, uno de los mejores estudios que se han dedicado en español a la cuestión y que seguiremos en muy buena medida). Entre las grandes obras colectivas que dan fe del crecimiento exponencial de los estudios sobre neurociencia en los últimos años cabe mencionar, por ejemplo, las de GAZZANIGA, M.S., (ed.-in-chief), The cognitive neurosciences, MIT, Cambridge, 1995, PRIBRAM, K.H. (ed.), Brain and values. Is a Biological Science of Values posible?, Lawrence Erlbaum Associates Publishers, New Jersey-London, 1998, o LIBET, B.-FREEMAN, A-SUTHERLAND, K. (eds.), Towards a Neuroscience of Free Will, Imprint Academic, Exeter, 1999. En castellano disponemos, entre otros, del manual de HAINES, D.E., Principios de neurociencia, Elsevier, Madrid, 2003.

[2] Entre las obras de Gerhard Roth son conocidos títulos como: Das Gehirn und seine Wirklichkeit. Kognitive Neurobiologie und ihre philosophischen Konsequenzen, Suhrkamp Frankfurt, 1997, Fühlen, Denken, Handeln. Wie das Gehirn unser Verhalten steuert, Suhrkamp, Frankfurt, 2003, o Aus Sicht des Gehirns, Suhrkamp, Frankfurt, 2003 (segunda edición revisada de 2009). De Singer suelen citarse: Der Beobachter im Gehirn. Essays zur Hirnforschung, Suhrkamp Frankfurt, 2002, Ein neues Menschenbild? Gespräche über Hirnforschung, Suhrkamp, Frankfurt, 2003, y Vom Gehirn zum Bewusstsein, Suhrkamp, 2006 (cfr. ÁLVAREZ GÓMEZ, El problema de la libertad …, pp. 186-190 y passim).

[3] La misma Churchland es quien parece haber acuñado el término “neurofilosofía” para designar aquella rama del conocimiento, filosófica y científica a un tiempo, que se ocuparía de las implicaciones epistemológicas y filosóficas que los crecientes conocimientos científicos sobre el cerebro tendrían sobre algunos conceptos filosóficos tradicionales (cfr. CHURCHLAND, P.S., Neurophilosophy: Toward a Unified Science of the Mind-Brain, The MIT Press, Cambridge, Massachussets, 1989, especialmente la Parte III: “A Neurophilosophical Perspective”, pp. 403 ss., y CHURCHLAND, P.S., Brain-Wise: Studies in Neurophilosophy, MIT Press, Cambridge, Massachussets, 2002). Como una rama de la “neurofilosofía” puede considerarse la “neuroética” (cfr. una excelente introducción sobre el origen y alcances de esta nueva disciplina, en JIMÉNEZ AMAYA, J.M., SÁNCHEZ MIGALLÓN, S., De la neurociencia a la neuroética. Narrativa científica y reflexión filosófica, Eunsa, Pamplona, 2010, con una amplia bibliografía en pp. 173-183. La universidad de Oxford ha publicado recientemente su propio manual sobre neurofilosofía: ROSKIES, A., Handbook on Philosophy and Neuroscience, Oxford University Press, New York, 2009, cit. en ibid., p. 181).

[4]  Cfr. diversos pasajes de Roth en ese sentido en ÁLVAREZ GÓMEZ, pp. 29, 40, 43.

[5]  Cfr. ibid., pp. 33-37, así como las muy pertinentes críticas del autor del estudio.

[6] RUBIA, Francisco J., El fantasma de la libertad. Datos de la revolución neurocientífica, Crítica, Barcelona, 2009. Entre sus obras anteriores sobre cuestiones neurocientíficas y sus implicaciones filosóficas: La conexión divina: la experiencia mística y la neurobiología, Crítica, 2002, El cerebro nos engaña, Temas de Hoy, 2002, o ¿Qué sabes de tu cerebro?, Temas de Hoy, 2006. Una buena presentación de las tesis y el “espíritu general”, por así decir, del determinismo neurológico, puede leerse en las “Introductory Remarks” del propio Rubia al volumen conjunto: RUBIA, F.J:, The brain: Recent advances in neuroscience, Universidad Complutense, Madrid, 2009, pp. 15-20, y en lo relativo a la importancia determinante de la vida emocional e inconsciente en la conducta humana consciente (lo que podríamos llamar determinismo emocional), el artículo de ROTH, G., “The Relationship between Reason and Emotion and its Impact for the Concept of Free Will”, en ibid., pp. 25-36.

[7] El artículo “clásico” al que suele remitirse es el de: LIBET, B.-GLEASON, C.A.-WRIGHT, E.W., PEARL D.K., “Time of conscious Intention to Act in relation to Onset of Cerebral Activity (readiness-potential)”, Brain, 106 (1983), 623-642, si bien Libet reelaboró la cuestión en varios artículos posteriores, entre ellos LIBET, B., “Unconscious cerebral initiative and the role of the conscious will in voluntary action”, The Behavioral and Brain Sciences, 8 (1985), 529-566 (cfr. una amplia lista de once artículos de Libet de 1964 a 1992 relacionados con la cuestión en MARCHETTI, G. “Commentary on Benjamin Libet’s Mind Time. The Temporal Factor in Consiousness”, en www.mind-consciousness-language.com (2005), pp. 1-14, consulta 23-VII-2010). Libet expuso los resultados de sus investigaciones anteriores en “Do We Have Free Will?”, en LIBET-FREEMAN-SUTHERLAND, 1999, pp. 47-57 (edición como libro del Journal of Consciouness Studies, 6, N. 8-9, 1999, pp. 47-57), seguiremos por ello las explicaciones de este artículo, que recoge entre otros los resultados del experimento de 1983.

[8] Lo que estos autores suelen aducir además como una prueba del carácter ilusorio de la conciencia: “Cada vez es más evidente que el cerebro se compone de cientos de módulos … . Estos módulos suelen funcionar en la mayoría de los casos de forma inconsciente, por lo que el módulo que corresponde a lo que entendemos por mismidad o yo, que cree ilusoriamente que todo está bajo su control, se equivoca palmariamente” (RUBIA, F.J., El cerebro nos engaña, secc. 5.4., cit. en LÓPEZ CORREDOIRA, M., “Algunas respuestas a las críticas al materialismo en el problema mente-cerebro”, en DIOSDADO, C.,  RODRÍGUEZ VALLS, F., ARANA, J., Neurofilosofía. Perspectivas contemporáneas, Thémata/Plaza y Valdés, Madrid-Sevilla, 2010, pp. 129-141, p. 138).

[9] En cuanto a las múltiples interpretaciones posibles de la relación mente-cerebro, Libet, que comenzó siendo dualista, se adscribía al final de su vida al emergentismo: “My view of mental subject function is that it is an emergent property of appropriate brain functions” (LIBET, B., Mind Time: The temporal factor in consciousness, Perspectives in Cognitive Neuroscience, Harvard University Press, 2004, p. 86, cit. en MARCHETTI, p. 11).

[10] Por ejemplo en RUBIA, El fantasma de la libertad, pp. 60-65, o GAZZANIGA, M., El cerebro ético, Paidós, 2006, pp. 103-4.

[11] El término “potencial preparatorio” (Bereitschaftspotential, Readiness Potencial en su traducción inglesa), fue acuñado por Kornhuber y Deecke en KORNHUBER, H.H., DEECKE, L., “Hirnpotentialänderungen bei Willkürbewegungen und passiven Bewegungen des Menschen: Bereitschaftspotential und reafferente Potentiale”, Pfluegers Archiv  für die Gesamte Physiologie des Menschen und der Tiere, 284 (1965), pp. 1-17 (cit., entre otros, en LIBET, 1999).

[12] Cfr. LIBET, 1999, pp. 48-49.

[13] LIBET, pp. 50-51. Según Libet, este procedimiento aplicado sobre los nueve individuos que participaron en el experimento, conseguía una fiabilidad de +- 20 milisegundos (cfr. ibid., p. 49, p. 51).

[14] Para sostener esta afirmación Libet se basaba en los testimonios de algunos de los sujetos participantes en el experimento, según los cuales, en ocasiones, después de aparecer el deseo consciente o la “necesidad” de actuar, decidían inmediatamente “vetar” dicho deseo o suprimirlo (LIBET, p. 52). Ese veto consciente no necesitaría según Libet estar precedido de una actividad inconsciente previa del cerebro como la verificada en principio para las acciones objeto de su experimento (cfr. ibid., pp. 52-53, -lo que no deja de ser en cierto modo paradójico, pues se trataría de una volición “libre” que no necesitaría de proceso cerebral inconsciente ni “potencial preparatorio” previo alguno, cuando parece que esto es precisamente lo que el experimento parece postular para todas las voliciones en general, o dicho con otras palabras: si es posible que el veto acontezca sin actividad cerebral previa alguna ¿por qué no habría de serlo también para cualquier otra acción de las denominadas “voluntarias”?).

[15] HAGGARD, P., EIMER, M., “On the relation between brain potentials and conscious awareness”, Experimental Brain Research, 126 (1999), 128-133 (cfr. una exposición del experimento y alguna de las críticas que ha recibido en MURILLO, J.I., GIMÉNEZ AMAYA, J.M., “Tiempo, conciencia y libertad: consideraciones en torno a los experimentos de B. Libet y colaboradores”, Acta Philosophica, II, 17 (2008), pp. 291-306, pp. 302-3).

[16] Cfr. MURILLO-GIMÉNEZ AMAYA, nota 33 de la p. 303, para la discusión posterior sobre la cuestión entre Haggard y Libet.

[17] Cfr. SOON, C.S., BRASS, M., HEINZE, H.J., HAYNES, J.D., “Unconscious determinants of free decisions in the human brain”, Nature Neuroscience, 11 (2008), 543-545. Una exposición del experimento puede verse en SOLER GIL, J., “Relevancia de los experimentos de Benjamin Libet y de John-Dylan Haynes para el debate en torno a la libertad humana en los procesos de decisión”, Thémata. Revista de Filosofía, 41 (2009), pp. 540-7, pp. 543-4.

[18] Así por ejemplo Roth: “el acto de la voluntad aparece después de que el cerebro ha decidido ya qué movimiento va a realizar” (cit. en ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 92).

[19] Cfr. en este sentido los artículos recogidos por MURILLO-GIMÉNEZ AMAYA, J.M., p. 295, nota 9, entre los que se encontrarían los de: TREVENNA, J.A., MILLER, J., “Cortical movement preparation before and after a conscious decision to move”, Consciousness and Cognition, 1 (2002), pp. 367-375, POCKETT, S., “On subjective back-referral and how long it takes to become conscious of a stimulus: A reinterpretation of Libet’s data”, Consciousness and Cognition, 11 (2002), pp. 144-161, y GOMES, G., “The timing of conscious experience: A critical Review and reinterpretation of Libet’s results on the timing of conscious events”, Consciousness and Cognition, 7 (1998), pp. 559-595.

[20] Así por ejemplo: C.C. Wood, “Pardon, your dualism is showing”, The Behavioral and Brain Sciences, 8 (1985), pp. 557-558, p. 6, p. 14, algo semejante sugería Eccles hace más de treinta años al afirmar, basándose en los experimentos de Kornhuber, que el “potencial preparatorio” no es específico, y sigue un patrón parecido para cualquier movimiento “voluntario” (cfr. The Self and its Brain, Springer International, New York, London,1977, pp. 285, 293). El experimento de KELLER, I., HECKHAUSEN, H., “Readiness potentials preceding spontaneous motor acts: voluntary vs. invonluntary control”, Electroencephalography and clinical neurophysiology, 76 (1990), 351-361 (cit. en SOLER GIL, p. 545 y nota 5), mostraría que “realizamos continuamente movimientos inconscientes, precedidos por un potencial de disposición en el cerebro, con las características del potencial medido por Libet” (art. cit., loc. cit.).

[21] En esto coinciden SOLER GIL, pp. 545-7, MURILLO-GIMÉMEZ AMAYA, p. 304, o ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 93.

[22] Cfr. MARCHETTI, p. 7.

[23] A nivel de la experiencia subjetiva (desde el punto de vista del sujeto o de “la primera persona”, por utilizar una terminología habitual), observamos algo parecido: si nos dan la orden de flexionar la muñeca de modo aleatorio (o cualquier orden en general), inmediatamente nos encontramos en un estado psicológico de “alerta”, estamos “en tensión” para ejecutar la acción requerida. Ese estado de “alerta” emocional ha de tener necesariamente también algún reflejo a nivel cerebral, pero el estado de “alerta” psicológico no ha surgido desde sí mismo (desde alguna instancia “inconsciente” del cerebro previa a la decisión tomada por la conciencia), sino que ha sido activado deliberadamente por el “sujeto”, y eso sería lo relevante.

[24] Supondría algo así como que “el cerebro” “toma” una decisión (tocar el piano) que se haría consciente en el sujeto (que por lo demás, en realidad no es mucho más que el cerebro), para reobrar sobre sí mismo. Cabría preguntarse por qué el cerebro habría de dar ese curioso “rodeo” a través de la conciencia, y en cualquier caso, por qué no se puede prescindir nunca de ella.

[25] “Pues, ¡por el perro!, tiempo ha, según creo, que estos tendones y estos huesos estarían en Mégara o en Beocia, llevados por la apariencia de lo mejor, de no haber creído yo que lo más justo y lo más bello era, en vez de escapar y huir, el someterme, en acatamiento a la ciudad, a la pena que me impusiera. Llamar causas a cosas de aquel tipo es excesivamente extraño. Pero si alguno dijera que sin tener tales cosas, huesos, tendones y todo lo demás que tengo, no sería capaz de llevar a la práctica mi decisión, diría la verdad. Sin embargo, el decir que por ellas hago lo que hago, y eso obrando con la mente, en vez de decir que es por la elección de lo mejor, podría ser una grande y grave ligereza de expresión. Pues, en efecto, lo es el no ser capaz de distinguir que una cosa es la causa real de algo y otra aquello sin lo cual la causa nunca podría ser causa” (Fedón, 98c-d, traducción de Luis Gil, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 19692, p. 640).

[26] Tal y como sugiere ÁLVAREZ GÓMEZ, p. 83.

[27] Nos hemos limitado a la crítica a los experimentos tipo Libet, pero el determinismo neurológico puede ser criticado desde otros muchos puntos de vista (cfr. un análisis detallado de sus muchas deficiencias en ibid., especialmente en el apartado 5: “Incoherencias y contradicciones significativas”, pp. 105-123).

[28] El manifiesto es reproducido como anexo por Rubia al final de El fantasma de la libertad, pp. 151-160.

[29] Cfr. a modo de ejemplo las declaraciones de W. Singer y el filósofo T. Metzinger en su entrevista con KÖNNECKER, C., “La visión materialista de la neuroética”, Mente y cerebro, 4 (2008), pp. 56-59: “ahora se va estrechando el espacio de lo que el ciudadano medio puede creer sin que los demás se le mofen. En mi opinión, quien esté abierto al progreso científico no puede seguir creyendo en una supervivencia personal después de la muerte” (Metzinger, p. 56), “Tendremos que replantearnos ante todo algunos aspectos de nuestras leyes penales. Sería conveniente que quienes hoy día se cuestionan la culpabilidad, recurrieran a los últimos avances de la investigación neurológica” (Singer, p. 57). Rubia está convencido de la “revolución neurocientífica” que está en marcha y que “cambiará la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos, después de rebajar una vez más el orgullo [¿por qué nos suena esto a déjá vu?] que nos ha hecho creer tantas falsedades” (RUBIA, El fantasma de la libertad, p. 149). Hay que decir que el “Manifiesto” de Gehirn und Geist al menos no anula la perspectiva de la “primera persona” o “perspectiva interna”, como él la llama, evitando caer en un materialismo eliminativo grosero (cfr. Rubia, El fantasma …, p. 160).

[30] Cfr. SOLER GIL, 2009, pp. 545-7.

[31] Cfr. sus lúcidas reflexiones sobre las implicaciones “ontológicas” de determinados programas supuestamente “exclusivamente” científicos ya caducados (el positivimo y el marxismo en particular), frente a las pretensiones siempre más modestas y autocríticas de la metafísica tradicional en APEL, K.O., “¿Es posible actualmente un paradigma posmetafísico de filosofía primera?”, en APEL, K-O., Semiótica trascendental y filosofía primera, Síntesis, Madrid, 2002, pp. 21-49 (original alemán: “Kann es in der Gegenwart ein postmetaphysisches Paradigma der Ersten Philosophie geben?”, en SCHNÄDELBACH, H-KELL, G. (eds.), Philosophie der Gegenwart-Gegenwart der Philosophie, Junius Verlag, Hamburgo 1993), donde Apel sostiene con razón que: “aunque la ciencia empírica no haya dejado de echar en cara a la metafísica su dogmatismo y su autoinmunización contra la crítica, éstos nunca alcanzaron en la metafísica tradicional, ni con mucho, las proporciones que llegaron a adquirir en el intento, ahora ya histórico [se refiere al positivismo del XIX], de una teoría científica de su sustitución por medio de la ciencia” (p. 24), “También respecto de estas concepciones de un reduccionismo naturalista-cientificista me atrevo a afirmar que, bien mirado, representan formas de un pensamiento metafísico-posmetafísico mucho más dogmáticas y peligrosas que las de la metafísica tradicional” (ibid., p. 25). Sobre el carácter verdaderamente “dogmático” de ciertas posturas naturalistas reduccionistas, valgan como botón de muestra las siguientes palabras de un científico en activo adscrito al determinismo neurológico: “Cuando los pensadores sobrepongan la racionalidad a la sensiblería, cuando dejemos de ser mujercitas preocupadas por los sentimientos, cuando los hombres se armen de coraje suficiente como para afrontar con entereza que no son nada, cuando sepan coger al toro por los cuernos y no huirle, … ; cuando todo esto ocurra, quizás no tengamos que discutir más estos temas [libertad-conciencia-pluralismo/monismo]” (?) (LÓPEZ CORREDOIRA, “Algunas respuestas a las críticas al materialismo …”, p. 141).