X CONGRESO INTERNACIONAL DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Teruel, 14-17 de Septiembre de 2010
MENTE Y CUERPO.
PARA UNA ONTOLOGÍA DEL SER HUMANO
COMUNICACIONES
Sección comunicaciones 6A
“Antropología del cuerpo y las emociones”
Coord. Oliva López Sánchez (Universidad Nacional Autónoma de México)
9,30 h. – 11,30 h.
Sala de Juntas Vicerrectorado
Oliva López (UNAM)
Un corazón dañado no puede inspirar sanos principios de
moral, ni un corazón puro instigaciones de vicio.
Lawreana Wright de
Kleinhans
(Violetas del Anáhuac,
1888)
Introducción
La función social de las mujeres a lo largo del siglo XIX y las
primeras décadas del XX en México, al igual que en el resto del mundo
occidental, fue sin duda la de reproducir, no sólo la especie para ofrecer mano
de obra al capital, sino que se fue valorando su función de trasmisora de la
cultura en un sentido amplio. La responsabilidad de educar a los futuros
ciudadanos sobre la base de una ética del trabajo, una mesura de hábitos y la
temperancia de las conductas y emociones fue la adenda por resolver a demás de
ofrecer, entre las clases bajas y medias, la fuerza de trabajo para conseguir
el progreso económico de la nación pautado por los países europeos y sobre todo
la del vecino del norte, cuyo desarrollo fue convirtiéndose en el referente
obligado conforme avanzaba el tiempo.
La declaratoria de algunos grupos políticos y sociales representados
por los liberales católicos y protestantes, acerca de las limitaciones que
representaba el ejercicio de la maternidad basado exclusivamente en el supuesto instinto materno, cuya
naturaleza colocaba a la mujer de manera cuasi natural a desempeñar su destino
de madre, llevó a proponer la necesidad de que la mujer se educara para
asegurar su mejor desempeño como
transmisora de la nueva cultura
capitalista, cuyos preceptos promovieron una moral encaminada a la
autorregulación de los placeres, a una economía de las funciones del cuerpo, en
el sentido orgánico y social pues con ello se aseguraría la correcta
administración de la economía corporal y material.
La división sexual del trabajo, eje de ordenación social y base
fundamental de la cultura de género, hacia finales del siglo XIX requirió de la reformulación de las
actividades sociales de los sexos, apareciendo un notable cambio en la concepción
de la maternidad, la participación social de la mujer en espacios públicos y
sobre todo de la necesidad de emanciparse a través de la educación e instrucción
científica y no sólo en la educación de ciertas actividades consideradas de
ornato y festivas.
El
desarrollo del capitalismo trajo consigo un proyecto paralelo al económico,
basado en el capital emocional de los ciudadanos como asegura Eva Illouz.[1]
Lo que requirió de cambios en la educación de los futuros ciudadanos. [2] De tal suerte, que las mujeres fueron
visualizadas como agentes de cambio social en la educación de nuevos valores
para forjar al nuevo ciudadano caracterizado por su comportamiento productivo y
una moral patriótica y temperante. Por supuesto se hace necesario aclarar
algunos aspectos importantes sobre el origen intelectual de las disposiciones
sociopolíticas que visualizaron a la mujer como el instrumento de cambio moral
en la educación de ese nuevo ciudadano, llamado por algunos el hombre nuevo.
La
apertura de las fronteras mexicanas para que llegaran las sociedades
protestantes que tuvo lugar hacia la década de 1870 -como estrategia del
gobierno liberal y la iniciativa de un proyecto político y económico que
privilegió la autonomía del sujeto social
individual como actor democrático-, implicó la llegada de nuevas ideas
generando un impacto importante en la sociabilidad. En el caso del imaginario
femenino, las congregaciones protestantes de origen metodista presbiteriano, al
igual que algunos masones y liberales en general consideraron en alto el valor
de la educación de las mujeres como la estrategia para el mejoramiento de su
desempeño como madres, tal y como ocurría en algunos países de Europa y los
Estados Unidos de Norteamérica.
Si bien es
cierto, la población mexicana, antes como ahora, se caracterizó por las
abismales distancias económicas y el consecuente acceso desigual a la educación,
se fomentó la participación de todas las mujeres para que se integraran a la
instrucción básica. Por su parte las mujeres intelectuales de las clases altas
y medias tuvieron en la prensa escrita un verdadero espacio que se consideró un
medio de educación para llegar a más mujeres.[3]
La publicación de diarios y revistas dirigidas a las mujeres tuvieron sus orígenes
en México durante la primera mitad del siglo XIX,[4]
todas ellas estuvieron encaminadas a reforzar la imagen de debilidad,
afectividad y dependencia de la mujer cuya función era exclusivamente el
cuidado de los hijos y las labores domésticas. La lectura de novelas, cuentos y
poemas, además de consejos sobre las labores domésticas y modas eran los
contenidos de estas revistas, las cuales eran dirigidas y escritas por varones.
En el último tercio del siglo XIX aparecieron revistas dirigidas por y para las
mujeres con una clara y abierta tendencia a emancipar a las mujeres de todas
las clases. Entre las revistas que podemos señalar están: Las hijas del Anáhuac
(1856/1873-1874/1887-1888); La Mujer. Semanario de la escuela de artes y
oficios (1880-1883); El álbum de la Mujer (1883-1890); El correo de las señoritas
(1883-1893); Violetas del Anáhuac (1888-1889); El Periódico de las Señoras
(1896) y La mujer Mexicana (1904-1906).
Estos espacios de publicación,
así como la apertura de espacios educativos para las mujeres propuestos por los
gobiernos liberales del siglo XIX[5]
obedece definitivamente a la imperiosa necesidad de incorporar a las filas de
trabajo a todos los ciudadanos, pero sobre todo debe ser entendido en el
contexto de un proyecto político que implicaba la construcción de un Estado-nación,
el cual requería, entre otras cosas, la formación de ciudadanos participes del
interés colectivo, del bien común, y cuerpos dispuestos al trabajo. La formación
del Estado-nación también implicó la constitución de la vida pública, entidad
no tangible de discusión de la formación de ese interés colectivo; de ahí el
objetivo de formar hombres nuevos y para ello se instituyó un proyecto de regeneración de las clases bajas a
través de un cambio de valores en una sociedad que comenzaba a visualizarse
como un conjunto de individuos con derechos y obligaciones ciudadanas. En este
escenario la función social de las mujeres se reencaminó como la bienhechora
encargada de fomentar las reglas morales a través de la educación de valores
que ayudaran a erradicar los
vicios del alcohol, los juegos de azar y exaltar el valor de la familia
consagrando la figura del matrimonio monogámico.
En este
escenario es que pretendo analizar
las estrategias empleadas por las mujeres intelectuales -escritoras y
editoras de dos de las revistas más claramente libertarias de la condición
femenina Las hijas del Anáhuac y La Mujer mexicana, pertenecientes a una
pequeña burguesía intelectual
protestante, masona y espiritista[6]
como es el caso de Lawreana Wright
de Kleinhans, Mateana Murguía de Aveleyra, Anémona, Matilde Montoya, Columba
Rivera, Guadalupe Sánchez y Soledad Regules, entre otras- para implementar y
justificar la nueva moral burguesa, tributaria de una ética del trabajo y
moderación del cuerpo y los afectos al servicio del bien común y en pro del
desarrollo económico y social de la nación, en especial de las mujeres.
Mujeres
como Lawreana Wright hija de mexicana y norteamericano educada bajo los
lineamientos de una cultura anglosajona y a la vez con un compromiso con las mujeres
mexicanas; una de las primeras mujeres pertenecientes a sociedades científicas
y literarias más importantes de las postrimerías del siglo XIX mexicano y
defensora del positivismo de esa época,[7]
se basaron en la promoción de un discurso en el que se retomó un problema
milenario de origen judaico y que se tornó en un problema filosófico, la relación
entre la razón y la emoción. Es justamente a partir de la resignificación de la
dimensión afectiva considerada por la ilustración, el positivismo y el evolucionismo
darwiniano como un elemento naturalizado en la condición femenina, que las
mujeres intelectuales mexicanas negociarán no sólo la importancia de su
presencia en la vida pública sino que evidenciarán la importancia de incorporar
cierto capital emocional como base fundamental del nuevo sistema de valores y
principios morales que lleven a alcanzar el progreso material y moral.
La función moral de las emociones
Es
importante plantear ahora el marco teórico que hemos estructurado para analizar
nuestras fuentes. En primer lugar partimos del supuesto de que las emociones al
ser una dimensión central de la vida de hombres y mujeres, sin desconocer sus
aspectos neurofisiológicos y psicológicos, son construcciones sociales dadoras
de sentido y por tanto orientadoras de la acción humana. En ese sentido una de
las funciones socioculturales sobresalientes de las emociones es la de su función
moral. Como dice Rocío Enríquez:
Explorar el rostro sociocultural
de la emoción no significa negar o atenuar su referente fisiológico y psicológico
sino aprehenderla desde la subjetividad misma, tocarla en su dimensión social,
rastrearla en la construcción del lenguaje, en especial en la producción de metáforas y sopesar su valor e implicación moral,
atenderla en su dinamismo social, entendiéndola enraizada, alimentada y
mantenida por procesos socioculturales complejos.[8]
En un sentido sociológico las emociones son un rasgo de identificación,
apego y cohesión social, son producto y origen de la colectividad porque la vida
afectiva establece un vínculo social.[9]
David Le Breton,[10] sostiene
que las acciones de los sujetos se constituyen en un repertorio de signos que
se manifiestan a través de las emociones. Las cuales lejos de ser producto de
un acto individual son “la emanación de un medio humano dado y un universo
social de valores.”[11] “La vida
efectiva, por tanto, simboliza el clima moral que baña constantemente la relación del individuo con el mundo, la
resonancia íntima de las cosas y los sucesos tal como los dispensa la vida
cotidiana en una trama discontinua, ambivalente, inasible por su complejidad y
su mosaico”.[12]
En tanto las emociones comunican intenciones,
motivaciones, deseos, valores, reglas, normas institucionalizadas, las
emociones tienen una función estructurante de las relaciones sociales que son
construidas culturalmente, experienciadas individualmente y situadas históricamente.
Un principio fundamental es que la estructura social determina y gestiona
perfiles y conductas emocionales es a lo que denominamos dispositivos emocionales, y a su vez, las emociones reordenan las
relaciones sociales; estamos frente a un problema de sobredeterminación. “No podemos desligar las emociones de
sus vínculos morales, de la propiedad o no de sus expresiones socialmente construidas
y legitimadas, de sus lazos con las instituciones, normas y valores que las
informan”[13] De esta manera las emociones
constituyen un referente social para un grupo que lo comparte, le da sentido y
regula sus relaciones interpersonales. En este sentido, se rebasa por mucho el
aspecto fisiológico y psicológico pues como asegura Eugenia Ramírez Goicoechea[14]
las emociones implican sobre todo un imaginario social y moral unido a una
praxis socialmente guiada por medio de las reglas, instituciones y valores, es
decir por los dispositivos emocionales.
Emociones
<<complejas>> como la vergüenza y la culpa remiten, en última
instancia las regulaciones del self en
y por lo social, a la comprensión de la agencia y la responsabilidad, a códigos
de conducta y etiqueta, participación y aprobación social, sanciones y
definiciones sobre la falta, la transgresión y la restitución social, un orden
moral y ético.[15]
Las emociones no sólo están vinculadas con juicios
evaluativos sobre el orden de las cosas, también puede haber la promoción de un
orden para conseguir otro tipo de emociones. Es decir se puede plantear un
dispositivo moral para gestionar otro tipo de emociones.
La eficacia
social y moral de las emociones: el discurso femenino de las intelectuales
mexicanas
En tanto que las emociones y específicamente la expresión
y contenidos emocionales tienen efectos sociales en las estructuras sociales se
puede aludir a su eficacia social, en el mismo sentido que Lévi-Strauss entendió
lo simbólico.[16] Ahora bien,
las intelectuales de finales del siglo XIX estuvieron interesadas en promover
la educación de las mujeres para emanciparlas. Estas mujeres entendían la
educación en un sentido amplio, no sólo la instrucción, sobre todo fueron las
portavoces de una preocupación política, la promoción del cambio moral de una
sociedad que había pasado por tantas guerras, una nación diezmada por las
epidemias, el vicio y el endeudamiento.
Algunas basadas en principios cristianos promovieron un
tipo de emociones para generar un cambio en la moral de la población en
general; mientras que otras más liberales pretendieron, a través de estrategias
emocionales, negociar su participación en la vida pública sin que por ello las
visualizaran como una amenaza para los varones.[17]
A seguidas trascribimos un texto completo porque
sintetiza la función moralizante de la mujer, su preocupación por el desarrollo
de la patria y la presencia de un discurso protestante que condujo a una función
social de la mujer distinta de lo
que se venía promoviendo desde las posturas católica y conservadora.
Aquí estamos
Venimos al estadio
de la prensa a llenar una necesidad: la de instruirnos, y propagar la fe que
nos inspiran las ciencias y las artes.
La mujer contemporánea
quiere abandonar para siempre el limbo de la ignorancia, y con las alas del
genio desea remontarse a las regiones de la luz y la verdad. Santa Teresa nos
prestará su sombra simpática para inspirarnos en sus virtudes y su sabiduría;
la Avellaneda nos dará su genio y su vigor de hombre; Isabel Prieto nos ofrecerá
la brillantes de su gloria.
En esa época del
escepticismo necesitamos derribar a la duda y a la indiferencia y sobre sus
escombros levantar el templo de la filosofía, pues sólo sus principios y su
constante indignación nos mostrarán la reacción salvadora de esa enfermedad del
entendimiento que llamamos ignorancia.
No pedimos
imposibles, ni exigimos al hombre en la sombría tragedia de la lucha el
cumplimiento de su cristiana misión.
No, no venimos a
combatir.
Pacíficas, como
reclama la sensatez del juicio, solo les pedimos el esfuerzo bizarro de su
corazón u el consejo profético de su experiencia para que siempre nos ayuden a
romper el antro tenebroso, la noche oscura de la ignorancia, llevándonos de la
mano a ese magnífico Jordán que regresa el espíritu
y conduce a la felicidad.
México nos necesita
para consolidar la paz que disfruta. Ayer con el semblante entristecido y
manchado de pólvora sus ojos a las matronas de su sociedad para quejarse de su
abandono y de su negligencia.
¿Qué hacen tus hijos,
preguntaba, que envenenados por las ambiciones se devoran entre sí, y manchan
de sangre las arenas mexicanas?
Y nosotras, rendidas de pavor, sin fe en el
alma, contestábamos: no hemos tenido la fuerza moral para convencerles.
Pero de súbito,
abrense para la mujer las puertas de la cultura, y las Escuelas Superiores, los
Institutos y las Universidades nos reciben con palmas y con flores. Y las poetisas mexicanas cantan a la libertad
bien interpretada, y las madres
mexicanas predican a sus hijos el patriotismo sensato, el patriotismo digno, brillantísimo
y ardiente, y les advierten en el
proceso de los acontecimientos, enseñanzas sólidas para el porvenir, amor al orden como base de la
prosperidad, y experiencias racionales
de que nuestro objeto consiste en mejorarnos
y no destruirnos.
La protesta solemne
se levantó entonces en el corazón de la
patria y el sentimiento de la reconciliación ahogó la tendencia revolucionaria,
tranquilizó al espíritu versátil de
las masas y la grandeza política
iluminó con claridad cristiana
nuestra época actual de paz y bienestar.
¡Bendita seas,
libertad! Esas resurrecciones no las verifican sino los milagros de tu
progreso!
Aspiremos sus
alientos, mexicanas, y venid con nosotras a colaborar en las Hijas del Anahuac.
Amor al arte, a la ciencia, a la literatura, se
grabaran en sus artículos; consejos para
la educación como la pura fuente de la fraternidad social, se derramarán en
sus moldes, y la religión de la Moral, como el modelo inmaculado de su
predicador sublime, se ostentará, así mismo, en todas sus manifestaciones.
México necesita crecer a la altura de los
pueblos más caracterizados y sus hijas debemos propender a su mayor desarrollo.
No consiste nuestra misión en ofrecer a la
patria soldados solamente, porque entonces la mujer no llenaría su mejor
objeto. La educación del niño nos
pertenece desde la cuna a la pubertad, y en ese periodo tenemos que formar su corazón, su organismo
moral, para presentarlo al mundo con los ojos abiertos a la luz inmensa de la
historia, con el ideal democrático por divisa, el sentimiento del derecho y el
espíritu santo de la igualdad; a fin de que en su edad viril queden afirmados el amor inextinto y fervoroso a todo
lo que engrandece y caracteriza a las naciones latinas que con la Cruz de Cristo
y los preceptos morales inauguraron la moderna edad de progreso y civilización.
Venid, hermanas; la regeneración aparece en el horizonte
de nuestro cielo y los iris que la circulan la iluminan con todo su magnífico
esplendor.
María del
Alba[18]
Hacia el último tercio del siglo XIX, la función social
de la mujer se vio reformulado a partir de las disposiciones de distintas voces
y en particular de la proveniente de un cambio de la mentalidad respecto de una
ética del trabajo, la promoción de la individualidad y la regeneración de
conductas contrarias al progreso social y económico basado el capitalismo y
liberalismo. El acceso de la mujer a la educación, debe entenderse, no como una
muestra de igualdad entre los sexos, sino en una visión pragmática que la visualizó
como un instrumento de regeneración moral. Responsable de trasmitir la cultura
y promover la salud física y moral de su prole, se constituyó en la mano
ejecutora de un proyecto higienista y moralizante.
A través de la prensa, las mujeres intelectuales
promovieron un capital emocional para generar un cambio en la moral, a la vez
que promovieron una moral, circunscrita en la ética del trabajo, para generar
un cambio en el capital emocional, tomando como referente el progreso de las
naciones más desarrolladas.[19]
[…] la mujer material que ayer vivía oscura y silenciosa al
pie de la cuna de sus hijos, que no podía educar porque solo servía para
nodriza, ha despertado hoy para la vida del progreso inspirándose en la cultura
moderna y en los ejemplos de la eterna Roma, que fue grande y poderosa un
tiempo, porque sus matronas supieron amamantar ciudadanos para el Derecho.[20]
Las
estrategias discursivas que encontramos a lo largo de las publicaciones
femeninas escritas por mujeres liberales y abiertamente defensoras del
feminismo[21]
como Laureana Wright y Mateana Murguía de Aveleyra, entre muchas otras,
estuvieron dirigidas a proscribir
lo que ellas denominaron vicios morales dañosos para el desarrollo social y la
vida individual de hombres y mujeres. El juego de apuesta, la maledicencia, la
calumnia, la vanidad, la envidia, la ambición, la mentira, la holgazanería,
asesinato, suicidio y una larga lista de vicios por eliminar inspiraron los más
acérrimos escritos demostrando los aspectos negativos en contra de la vida social e individual.[22]
Llama la atención que algunos de los denominados vicios morales dañosos hacen
referencia a emociones y sentimientos que en otros momentos habían sido
considerados parte de la biología y elementos de la vida íntima que por tanto
pertenecían al orden de lo privado, pero es justamente en un escenario de
regeneración social que las emociones y los sentimientos transitan al orden de
lo público y es precisamente en donde encontramos su función social
estructurante pues será a través de las voces de estas mujeres, representantes
de un sector intelectual liberal, protestante, espirita y masón, que se justificará la importancia de
constituir un capital emocional como resultado de una moral distinta y sintónica
con una ética del trabajo, sustentada en los principios de la moderación y la temperancia de la
economía corporal, moral y material. Por otro lado, también encontramos la
promoción de una moral basada en los principios del capitalismo burgués para
reestructurar el capital emocional de la población con miras al progreso;
enarbolando la máxima del momento: Amor, orden y progreso.
Los egoístas; he
aquí unos seres que he oído calificar
como la parte más inofensiva de la sociedad y que es realmente la más
perjudicial, pues constituyendo otras tantas ruedas inmóviles de la gran máquina
social, impiden de una manera positiva
el movimiento progresista, estorbando
el adelanto universal. Conservadores de sí mismos, sólo saben emplear sus fuerzas en provecho propio,
no importa en perjuicio de quién. Homicidas
del bien común, rémoras del progreso,
los egoístas se presentan algunas veces a mi imaginación, semejantes a esas
grandes moles gigantescas que se levantan estorbando
el paso del ferrocarril o como esas simas insondables a cuyo fondo es
peligroso, casi imposible llegar a poner un poste de telégrafo.[23]
El argumento filosófico que dio sustento
al proyecto de erradicar los denominados vicios morales dañosos, yace en la
relación entre sentimiento y pensamiento, mancuerna argumentativa que emplearon
las mujeres para fundamentar la regeneración de hombres y mujeres en un
escenario social, político y económico progresista.
SENTIR
y pensar: he aquí las dos facultades esenciales del hombre, los dos agentes
poderosísimos de la vida moral é intelectual. ¿Cuál de los dos se desarrolla
primero y obtiene la supremacía sobre el ser racional?[24]
Indudablemente
el sentimiento. Este, aunque sea maquinalmente y representado por la
sensibilidad física, se revela en la criatura desde el momento de comenzar la
vida. Lo mismo la especie humana que todas las demás, hacen manifestación de él
en el acto de nacer, puesto que lloran al recibir las primeras sensaciones
desagradables que van á conmover directamente las impresiones morales, porque
ellas son el despertar del corazón, la base del sufrimiento, así como la
materia es la base fundamental y creadora de todas las facultades humanas.[25]
La exaltación del sentimiento tanto
material, proveniente de los sentidos, como el moral proveniente del intelecto
fue reconocido como indisoluble en el acto de pensar, crear, conocer y vivir.
El mundo afectivo y moral aparece como transhistórico frente a lo material;
considerados rasgos del alma, el sentir y la moral, preceden lo material
incluido el pensamiento racional y filosófico. De esta manera, la sobrevaloración
de la dimensión afectiva, en la lógica discursiva de estas mujeres aparece como
el camino viable del cambio en la moral.
Reflexiones finales:
Al establecerse la función moralizante de las mujer en
una sociedad que debía conseguir el progreso material y social se la colocó
como gestora de un capital intangible representado por la relación entre
emociones y moral, aspectos sociales que se convirtieron en instrumento de
cambio social.
De esta manera hemos podido dar cuenta de por un lado,
las emociones generan una moral y a su vez el fomento de una moral generó un
capital emocional que buscó encausar otro tipo de sentimientos y
comportamientos dirigidos al bien común. Es evidente que las emociones dejaron
de ser un aspecto constitutivo de la evolución animal y humana para convertirse
en el atributo y base de las facultades más elevadas del ser humano por tanto
se concibieron como perdurables y constitutivas del alma humana. También
dejaron ser entendidas como aspectos de la vida privada, y se convirtieron en
aspectos estructurantes de la vida pública porque la sanción social se amparó
en la valoración de formas de sentir y de actuar. En este sentido, la promoción
de ciertas emociones buscó conseguir un cambio en la moral de los individuos
considerando su sexo y su función social. Cumpliéndose la eficacia social de
ordenar la vida de hombres y mujeres.
Las estrategias
moralizantes de la mujeres mexicana intelectuales de finales del siglo
XIX y XX, a través de las emociones ponen en evidencia la gestión de un capital
emocional paralelo al económico y la promoción de ciertas formas de sentir y
las normas morales rectoras del comportamiento esgrimidas fueron con toda
seguridad el único capital que la sociedad decimonónica destinó a las mujeres para
su gestión y administración.
[1] Illoz, Eva (2008) Intimidades congeladas. Argentina, Ed. Katz.
[2] Véase; López Sánchez,
Oliva (2010) Virtuoso, templado y ahorrativo: Las prescripciones metodistas e
higienistas del cuerpo en México en los siglos XIX y XX, en Op.cit. En prensa.
[3] Pese al nivel de analfabetismo que existía
en México durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, México
adoptó la máxima de la prensa como un verdadero instrumento de educación.
[4] En la colonia existió la primera publicación a cargo de una
mujer; Jerónima
Gutiérrez (1539), esposa
de Juan Pablos, primer impresor
colonial. En 1805 aparecen las primeras colaboraciones de mujeres en el
periodismo (Diario de México y La Gaceta de Valdés) con composiciones poéticas
siempre bajo un seudónimo. Los primeros periódicos
dirigidos a las mujeres eran dirigidos y escritos por hombres. Dichas publicaciones fueron: El
Calendario de las Señoritas Mexicanas, de Mariano Galván (1838); Presente
Amistosos dedicado a las Señoritas Mexicanas, de Ignacio Cumplido (1847); Panorama
de las Señoritas, de Vicente García Torres (1842) y La Semana de las Señoritas,
de Juan R. Navarro (1851). 1873 Por primera vez una mujer queda al frente de un
periódico su nombre Ángela Lozano, quien
en conjunto con Manuel Acuña fundaron la revista El Búcaro. El Presente amistoso
(1847-1852); La Semana de las Señoritas (1850-1852); Las semana de las señoritas
Mejicanas (1851-1852); La Camelia (1853); El Álbum de las señoritas (1855-1856).
[5] Sobre el particular puede consultarse la
obra de Alvarado, Lourdes (2004) La
educación superior femenina en el México del siglo XIX. Demanda social y reto
gubernamental, México, CESU/Plaza y Valdés.
[6] El espiritismo fue y sigue siendo una
doctrina religiosa y filosófica, que se basa en el principio de la inmortalidad
del espíritu, la reencarnación del mismo y su purificación. Representado por el
francés Allan Kardek, El espiritismo ha tenido la función de rescatar la
agencia del sujeto y la búsqueda del cambio individual para conseguir el bien
común. Algunos de sus principios es la caridad entendida como la benevolencia,
indulgencia y el amor al ser humano, único ser que posé un espíritu.
[7] Murguìa de Aveleyra, Mateana (1888) “Lawreana
Wright de Kleinhans”, Violetas del Anáhuac,
Año 1, Tomo 1, Núm 27. pp314-317.
[8] Enríquez Rosas, Rocío (2008:203-204)
[9] Durkheim, Emile (1968) Las formas elementales de la vida religiosa,
París, PUF.
[10] Le Breton, David (1999) Las pasiones ordinarias. Antropología de las
emociones. Buenos Aires, Nueva Visión.
[11] Le Breton, David
(1999:104)
[12] Ibidem.
[13] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001)
Antropología <<compleja>> de las emociones humanas, ISEGORIA/25 pp. 177-200 (188)
[14] Ibídem.
[15] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001:188)
[16] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001)
[17] Este tema lo hemos trabajado en otra
publicación titulada; López Sánchez,
Oliva (2010) “La negociación emocional
femenina a través de las emociones” En dictaminación.
[18] María Alba (1887) “Aquí estamos” en; Las hijas del Anáhuac, Año 1, Tomo,1, Núm. 1, Dic.4, p.4.
Énfasis nuestro. Se respeta ortografía original.
[19] Manresa de Pérez, Concepción (1887) “Mujeres
de nuestra época”, Las Hijas del Anáhuac,
Año 1, Tomo 1, Núm. 1, Dic.4, pp.7. y 19
[20] Manresa de Pérez, Concepción (1887) “Mujeres
de nuestra época”, Las Hijas del Anáhuac,
Núm. 1, Dic.4, p.7.
[21] El feminismo mexicano del siglo XIX se
circunscribió a la promoción del derecho de las mujeres a recibir educación y a
acceder a un trabajo remunerado honrado para asegurar su subsistencia en caso
de que enviudara o no se casara. Nunca se planteó, por lo menos hasta los
primeros años de siglo XIX, una demanda de participación política, esta se dará
sobre todo hacia los años de 1910 y entre mujeres pertenecientes a los estratos
rurales del norte y sur del país como es el caso de Juana Belén Gutiérrez de Gómez
y otras más. El feminismo del último tercio del siglo XIX encausó su discurso a
exaltar la función socializadora de la mujer como parte de su función materna.
[22] Wright de Kleinhans, Lawreana (1888) “El
juego”, Las Violetas del Anáhuac, Año
1, Tomo 1, Núm. 29, pp.341-342.
[23] Correa Zapata, Dolores (1887) “No matar”
en; Hijas del Anáhuac, Año 1, Tomo 1,
Núm.3, pp.33. Énfasis nuestro.
[24] Wright de Kleinhans, Laureana (1888) “Sentimiento
y pensamiento” en; Violetas del Anáhuac,
Año 1, Tomo 2, Núm. 55, pp. 618-620
[25] Wright de Kleinhans, Laureana (1888) “Sentimiento
y pensamiento”