X CONGRESO INTERNACIONAL DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Teruel, 14-17 de Septiembre de 2010

MENTE Y CUERPO.
PARA UNA ONTOLOGÍA DEL SER HUMANO



COMUNICACIONES
Sección comunicaciones 6A

“Antropología del cuerpo y las emociones”
Coord. Oliva López Sánchez (Universidad Nacional Autónoma de México)

9,30 h. – 11,30 h.
Sala de Juntas Vicerrectorado

La función moral de las emociones entre las mujeres intelectuales del siglo XIX en México.
Oliva López (UNAM)
Documento sin título

 

Un corazón dañado no puede inspirar sanos principios de moral, ni un corazón puro instigaciones de vicio.

Lawreana Wright de Kleinhans

(Violetas del Anáhuac, 1888)

 

 

Introducción

 

La función social de las mujeres a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del XX en México, al igual que en el resto del mundo occidental, fue sin duda la de reproducir, no sólo la especie para ofrecer mano de obra al capital, sino que se fue valorando su función de trasmisora de la cultura en un sentido amplio. La responsabilidad de educar a los futuros ciudadanos sobre la base de una ética del trabajo, una mesura de hábitos y la temperancia de las conductas y emociones fue la adenda por resolver a demás de ofrecer, entre las clases bajas y medias, la fuerza de trabajo para conseguir el progreso económico de la nación pautado por los países europeos y sobre todo la del vecino del norte, cuyo desarrollo fue convirtiéndose en el referente obligado conforme avanzaba el tiempo.

 

La declaratoria de algunos grupos políticos y sociales representados por los liberales católicos y protestantes, acerca de las limitaciones que representaba el ejercicio de la maternidad  basado exclusivamente en el supuesto instinto materno, cuya naturaleza colocaba a la mujer de manera cuasi natural a desempeñar su destino de madre, llevó a proponer la necesidad de que la mujer se educara para asegurar su mejor desempeño  como transmisora de la nueva cultura  capitalista, cuyos preceptos promovieron una moral encaminada a la autorregulación de los placeres, a una economía de las funciones del cuerpo, en el sentido orgánico y social pues con ello se aseguraría la correcta administración de la economía corporal y material.

 

La división sexual del trabajo, eje de ordenación social y base fundamental de la cultura de género, hacia finales del siglo XIX  requirió de la reformulación de las actividades sociales de los sexos, apareciendo un notable cambio en la concepción de la maternidad, la participación social de la mujer en espacios públicos y sobre todo de la necesidad de emanciparse a través de la educación e instrucción científica y no sólo en la educación de ciertas actividades consideradas de ornato y  festivas.

 

El desarrollo del capitalismo trajo consigo un proyecto paralelo al económico, basado en el capital emocional de los ciudadanos como asegura Eva Illouz.[1] Lo que requirió de cambios en la educación de los futuros ciudadanos. [2]  De tal suerte, que las mujeres fueron visualizadas como agentes de cambio social en la educación de nuevos valores para forjar al nuevo ciudadano caracterizado por su comportamiento productivo y una moral patriótica y temperante. Por supuesto se hace necesario aclarar algunos aspectos importantes sobre el origen intelectual de las disposiciones sociopolíticas que visualizaron a la mujer como el instrumento de cambio moral en la educación de ese nuevo ciudadano, llamado por algunos el hombre nuevo.

 

La apertura de las fronteras mexicanas para que llegaran las sociedades protestantes que tuvo lugar hacia la década de 1870 -como estrategia del gobierno liberal y la iniciativa de un proyecto político y económico que privilegió la autonomía del sujeto social  individual como actor democrático-, implicó la llegada de nuevas ideas generando un impacto importante en la sociabilidad. En el caso del imaginario femenino, las congregaciones protestantes de origen metodista presbiteriano, al igual que algunos masones y liberales en general consideraron en alto el valor de la educación de las mujeres como la estrategia para el mejoramiento de su desempeño como madres, tal y como ocurría en algunos países de Europa y los Estados Unidos de Norteamérica.

 

Si bien es cierto, la población mexicana, antes como ahora, se caracterizó por las abismales distancias económicas y el consecuente acceso desigual a la educación, se fomentó la participación de todas las mujeres para que se integraran a la instrucción básica. Por su parte las mujeres intelectuales de las clases altas y medias tuvieron en la prensa escrita un verdadero espacio que se consideró un medio de educación para llegar a más mujeres.[3] La publicación de diarios y revistas dirigidas a las mujeres tuvieron sus orígenes en México durante la primera mitad del siglo XIX,[4] todas ellas estuvieron encaminadas a reforzar la imagen de debilidad, afectividad y dependencia de la mujer cuya función era exclusivamente el cuidado de los hijos y las labores domésticas. La lectura de novelas, cuentos y poemas, además de consejos sobre las labores domésticas y modas eran los contenidos de estas revistas, las cuales eran dirigidas y escritas por varones. En el último tercio del siglo XIX aparecieron revistas dirigidas por y para las mujeres con una clara y abierta tendencia a emancipar a las mujeres de todas las clases. Entre las revistas que podemos señalar están: Las hijas del Anáhuac (1856/1873-1874/1887-1888); La Mujer. Semanario de la escuela de artes y oficios (1880-1883); El álbum de la Mujer (1883-1890); El correo de las señoritas (1883-1893); Violetas del Anáhuac (1888-1889); El Periódico de las Señoras (1896) y La mujer Mexicana (1904-1906).

 

Estos espacios de publicación, así como la apertura de espacios educativos para las mujeres propuestos por los gobiernos liberales del siglo XIX[5] obedece definitivamente a la imperiosa necesidad de incorporar a las filas de trabajo a todos los ciudadanos, pero sobre todo debe ser entendido en el contexto de un proyecto político que implicaba la construcción de un Estado-nación, el cual requería, entre otras cosas, la formación de ciudadanos participes del interés colectivo, del bien común, y cuerpos dispuestos al trabajo. La formación del Estado-nación también implicó la constitución de la vida pública, entidad no tangible de discusión de la formación de ese interés colectivo; de ahí el objetivo de formar hombres nuevos y para ello se instituyó un proyecto  de regeneración de las clases bajas a través de un cambio de valores en una sociedad que comenzaba a visualizarse como un conjunto de individuos con derechos y obligaciones ciudadanas. En este escenario la función social de las mujeres se reencaminó como la bienhechora encargada de fomentar las reglas morales a través de la educación de valores que ayudaran a  erradicar los vicios del alcohol, los juegos de azar y exaltar el valor de la familia consagrando la figura del matrimonio monogámico.

 

En este escenario es que pretendo analizar  las estrategias empleadas por las mujeres intelectuales -escritoras y editoras de dos de las revistas más claramente libertarias de la condición femenina Las hijas del Anáhuac y La Mujer mexicana, pertenecientes a una pequeña burguesía intelectual  protestante, masona y espiritista[6] como es el caso de Lawreana  Wright de Kleinhans, Mateana Murguía de Aveleyra, Anémona, Matilde Montoya, Columba Rivera, Guadalupe Sánchez y Soledad Regules, entre otras- para implementar y justificar la nueva moral burguesa, tributaria de una ética del trabajo y moderación del cuerpo y los afectos al servicio del bien común y en pro del desarrollo económico y social de la nación, en especial de las mujeres.

 

Mujeres como Lawreana Wright hija de mexicana y norteamericano educada bajo los lineamientos de una cultura anglosajona y a la vez con un compromiso con las mujeres mexicanas; una de las primeras mujeres pertenecientes a sociedades científicas y literarias más importantes de las postrimerías del siglo XIX mexicano y defensora del positivismo de esa época,[7] se basaron en la promoción de un discurso en el que se retomó un problema milenario de origen judaico y que se tornó en un problema filosófico, la relación entre la razón y la emoción. Es justamente a partir de la resignificación de la dimensión afectiva considerada por la ilustración, el positivismo y el evolucionismo darwiniano como un elemento naturalizado en la condición femenina, que las mujeres intelectuales mexicanas negociarán no sólo la importancia de su presencia en la vida pública sino que evidenciarán la importancia de incorporar cierto capital emocional como base fundamental del nuevo sistema de valores y principios morales que lleven a alcanzar el progreso material y moral.

 

 

La función moral de las emociones

 

Es importante plantear ahora el marco teórico que hemos estructurado para analizar nuestras fuentes. En primer lugar partimos del supuesto de que las emociones al ser una dimensión central de la vida de hombres y mujeres, sin desconocer sus aspectos neurofisiológicos y psicológicos, son construcciones sociales dadoras de sentido y por tanto orientadoras de la acción humana. En ese sentido una de las funciones socioculturales sobresalientes de las emociones es la de su función moral. Como dice Rocío Enríquez:

 

Explorar el rostro sociocultural de la emoción no significa negar o atenuar su referente fisiológico y psicológico sino aprehenderla desde la subjetividad misma, tocarla en su dimensión social, rastrearla en la construcción del lenguaje, en especial en la producción de metáforas  y sopesar su valor e implicación moral, atenderla en su dinamismo social, entendiéndola enraizada, alimentada y mantenida por procesos socioculturales complejos.[8]

 

En un sentido sociológico las emociones son un rasgo de identificación, apego y cohesión social, son producto y origen de la colectividad porque la vida afectiva establece un vínculo social.[9] David Le Breton,[10] sostiene que las acciones de los sujetos se constituyen en un repertorio de signos que se manifiestan a través de las emociones. Las cuales lejos de ser producto de un acto individual son “la emanación de un medio humano dado y un universo social de valores.”[11] “La vida efectiva, por tanto, simboliza el clima moral que baña constantemente la relación  del individuo con el mundo, la resonancia íntima de las cosas y los sucesos tal como los dispensa la vida cotidiana en una trama discontinua, ambivalente, inasible por su complejidad y su mosaico”.[12]

 

En tanto las emociones comunican intenciones, motivaciones, deseos, valores, reglas, normas institucionalizadas, las emociones tienen una función estructurante de las relaciones sociales que son construidas culturalmente, experienciadas individualmente y situadas históricamente. Un principio fundamental es que la estructura social determina y gestiona perfiles y conductas emocionales es a lo que denominamos dispositivos emocionales, y a su vez, las emociones reordenan las relaciones sociales; estamos frente a un problema de sobredeterminación.  “No podemos desligar las emociones de sus vínculos morales, de la propiedad o no de sus expresiones socialmente construidas y legitimadas, de sus lazos con las instituciones, normas y valores que las informan”[13]  De esta manera las emociones constituyen un referente social para un grupo que lo comparte, le da sentido y regula sus relaciones interpersonales. En este sentido, se rebasa por mucho el aspecto fisiológico y psicológico pues como asegura Eugenia Ramírez Goicoechea[14] las emociones implican sobre todo un imaginario social y moral unido a una praxis socialmente guiada por medio de las reglas, instituciones y valores, es decir por los dispositivos emocionales.

 

Emociones <<complejas>> como la vergüenza y la culpa remiten, en última instancia las regulaciones del self en y por lo social, a la comprensión de la agencia y la responsabilidad, a códigos de conducta y etiqueta, participación y aprobación social, sanciones y definiciones sobre la falta, la transgresión y la restitución social, un orden moral y ético.[15]

 

Las emociones no sólo están vinculadas con juicios evaluativos sobre el orden de las cosas, también puede haber la promoción de un orden para conseguir otro tipo de emociones. Es decir se puede plantear un dispositivo moral para gestionar otro tipo de emociones.

 

 

La eficacia social y moral de las emociones: el discurso femenino de las intelectuales mexicanas

 

En tanto que las emociones y específicamente la expresión y contenidos emocionales tienen efectos sociales en las estructuras sociales se puede aludir a su eficacia social, en el mismo sentido que Lévi-Strauss entendió lo simbólico.[16] Ahora bien, las intelectuales de finales del siglo XIX estuvieron interesadas en promover la educación de las mujeres para emanciparlas. Estas mujeres entendían la educación en un sentido amplio, no sólo la instrucción, sobre todo fueron las portavoces de una preocupación política, la promoción del cambio moral de una sociedad que había pasado por tantas guerras, una nación diezmada por las epidemias, el vicio y el endeudamiento.

 

Algunas basadas en principios cristianos promovieron un tipo de emociones para generar un cambio en la moral de la población en general; mientras que otras más liberales pretendieron, a través de estrategias emocionales, negociar su participación en la vida pública sin que por ello las visualizaran como una amenaza para los varones.[17]

 

A seguidas trascribimos un texto completo porque sintetiza la función moralizante de la mujer, su preocupación por el desarrollo de la patria y la presencia de un discurso protestante que condujo a una función social  de la mujer distinta de lo que se venía promoviendo desde las posturas católica y conservadora.

 

 

Aquí estamos

Venimos al estadio de la prensa a llenar una necesidad: la de instruirnos, y propagar la fe que nos inspiran las ciencias y las artes.

La mujer contemporánea quiere abandonar para siempre el limbo de la ignorancia, y con las alas del genio desea remontarse a las regiones de la luz y la verdad. Santa Teresa nos prestará su sombra simpática para inspirarnos en sus virtudes y su sabiduría; la Avellaneda nos dará su genio y su vigor de hombre; Isabel Prieto nos ofrecerá la brillantes de su gloria.

En esa época del escepticismo necesitamos derribar a la duda y a la indiferencia y sobre sus escombros levantar el templo de la filosofía, pues sólo sus principios y su constante indignación nos mostrarán la reacción salvadora de esa enfermedad del entendimiento que llamamos ignorancia.

No pedimos imposibles, ni exigimos al hombre en la sombría tragedia de la lucha el cumplimiento de su cristiana misión.

No, no venimos a combatir.

Pacíficas, como reclama la sensatez del juicio, solo les pedimos el esfuerzo bizarro de su corazón u el consejo profético de su experiencia para que siempre nos ayuden a romper el antro tenebroso, la noche oscura de la ignorancia, llevándonos de la mano a ese magnífico Jordán que regresa el espíritu y conduce a la felicidad.

México nos necesita para consolidar la paz que disfruta. Ayer con el semblante entristecido y manchado de pólvora sus ojos a las matronas de su sociedad para quejarse de su abandono y de su negligencia.

¿Qué hacen tus hijos, preguntaba, que envenenados por las ambiciones se devoran entre sí, y manchan de sangre las arenas mexicanas?

Y nosotras, rendidas de pavor, sin fe en el alma, contestábamos: no hemos tenido la fuerza moral para convencerles.

Pero de súbito, abrense para la mujer las puertas de la cultura, y las Escuelas Superiores, los Institutos y las Universidades nos reciben con palmas y con flores. Y las poetisas mexicanas cantan a la libertad bien interpretada, y las madres mexicanas predican a sus hijos el patriotismo sensato, el patriotismo digno, brillantísimo y ardiente, y les advierten en el proceso de los acontecimientos, enseñanzas sólidas para el porvenir, amor al orden como base de la prosperidad, y experiencias racionales de que nuestro objeto consiste en mejorarnos y no destruirnos.

La protesta solemne se levantó entonces en el corazón de la patria y el sentimiento de la reconciliación ahogó la tendencia revolucionaria, tranquilizó al espíritu versátil de las masas y la grandeza política iluminó con claridad cristiana nuestra época actual de paz y bienestar.

¡Bendita seas, libertad! Esas resurrecciones no las verifican sino los milagros de tu progreso!

Aspiremos sus alientos, mexicanas, y venid con nosotras a colaborar en las Hijas del Anahuac.

Amor al arte, a la ciencia, a la literatura, se grabaran en sus artículos; consejos para la educación como la pura fuente de la fraternidad social, se derramarán en sus moldes, y la religión de la Moral, como el modelo inmaculado de su predicador sublime, se ostentará, así mismo, en todas sus manifestaciones.

México necesita crecer a la altura de los pueblos más caracterizados y sus hijas debemos propender a su mayor desarrollo.

No consiste nuestra misión en ofrecer a la patria soldados solamente, porque entonces la mujer no llenaría su mejor objeto. La educación del niño nos pertenece desde la cuna a la pubertad, y en ese periodo tenemos que formar su corazón, su organismo moral, para presentarlo al mundo con los ojos abiertos a la luz inmensa de la historia, con el ideal democrático por divisa, el sentimiento del derecho y el espíritu santo de la igualdad; a fin de que en su edad viril queden afirmados el amor inextinto y fervoroso a todo lo que engrandece y caracteriza a las naciones latinas que con la Cruz de Cristo y los preceptos morales inauguraron la moderna edad de progreso y civilización.

 

Venid, hermanas; la regeneración aparece en el horizonte de nuestro cielo y los iris que la circulan la iluminan con todo su magnífico esplendor.

María del Alba[18]

 

 

Hacia el último tercio del siglo XIX, la función social de la mujer se vio reformulado a partir de las disposiciones de distintas voces y en particular de la proveniente de un cambio de la mentalidad respecto de una ética del trabajo, la promoción de la individualidad y la regeneración de conductas contrarias al progreso social y económico basado el capitalismo y liberalismo. El acceso de la mujer a la educación, debe entenderse, no como una muestra de igualdad entre los sexos, sino en una visión pragmática que la visualizó como un instrumento de regeneración moral. Responsable de trasmitir la cultura y promover la salud física y moral de su prole, se constituyó en la mano ejecutora de un proyecto higienista y moralizante.

 

A través de la prensa, las mujeres intelectuales promovieron un capital emocional para generar un cambio en la moral, a la vez que promovieron una moral, circunscrita en la ética del trabajo, para generar un cambio en el capital emocional, tomando como referente el progreso de las naciones más desarrolladas.[19]

 

[…] la mujer material que ayer vivía oscura y silenciosa al pie de la cuna de sus hijos, que no podía educar porque solo servía para nodriza, ha despertado hoy para la vida del progreso inspirándose en la cultura moderna y en los ejemplos de la eterna Roma, que fue grande y poderosa un tiempo, porque sus matronas supieron amamantar ciudadanos para el Derecho.[20]

 

Las estrategias discursivas que encontramos a lo largo de las publicaciones femeninas escritas por mujeres liberales y abiertamente defensoras del feminismo[21] como Laureana Wright y Mateana Murguía de Aveleyra, entre muchas otras, estuvieron  dirigidas a proscribir lo que ellas denominaron vicios morales dañosos para el desarrollo social y la vida individual de hombres y mujeres. El juego de apuesta, la maledicencia, la calumnia, la vanidad, la envidia, la ambición, la mentira, la holgazanería, asesinato, suicidio y una larga lista de vicios por eliminar inspiraron los más acérrimos escritos demostrando los aspectos negativos en contra  de la vida social e individual.[22] Llama la atención que algunos de los denominados vicios morales dañosos hacen referencia a emociones y sentimientos que en otros momentos habían sido considerados parte de la biología y elementos de la vida íntima que por tanto pertenecían al orden de lo privado, pero es justamente en un escenario de regeneración social que las emociones y los sentimientos transitan al orden de lo público y es precisamente en donde encontramos su función social estructurante pues será a través de las voces de estas mujeres, representantes de un sector intelectual liberal, protestante, espirita y masón, que  se justificará la importancia de constituir un capital emocional como resultado de una moral distinta y sintónica con una ética del trabajo, sustentada en los principios de  la moderación y la temperancia de la economía corporal, moral y material. Por otro lado, también encontramos la promoción de una moral basada en los principios del capitalismo burgués para reestructurar el capital emocional de la población con miras al progreso; enarbolando la máxima del momento: Amor, orden y progreso.

 

Los egoístas; he aquí unos seres que he oído calificar  como la parte más inofensiva de la sociedad y que es realmente la más perjudicial, pues constituyendo otras tantas ruedas inmóviles de la gran máquina social, impiden de una manera positiva el movimiento progresista, estorbando el adelanto universal. Conservadores de sí mismos, sólo saben emplear sus fuerzas en provecho propio, no importa en perjuicio de quién. Homicidas del bien común, rémoras del progreso, los egoístas se presentan algunas veces a mi imaginación, semejantes a esas grandes moles gigantescas que se levantan estorbando el paso del ferrocarril o como esas simas insondables a cuyo fondo es peligroso, casi imposible llegar a poner un poste de telégrafo.[23]

 

 

 El argumento filosófico que dio sustento al proyecto de erradicar los denominados vicios morales dañosos, yace en la relación entre sentimiento y pensamiento, mancuerna argumentativa que emplearon las mujeres para fundamentar la regeneración de hombres y mujeres en un escenario social, político y económico progresista.

 

SENTIR y pensar: he aquí las dos facultades esenciales del hombre, los dos agentes poderosísimos de la vida moral é intelectual. ¿Cuál de los dos se desarrolla primero y obtiene la supremacía sobre el ser racional?[24]

 

Indudablemente el sentimiento. Este, aunque sea maquinalmente y representado por la sensibilidad física, se revela en la criatura desde el momento de comenzar la vida. Lo mismo la especie humana que todas las demás, hacen manifestación de él en el acto de nacer, puesto que lloran al recibir las primeras sensaciones desagradables que van á conmover directamente las impresiones morales, porque ellas son el despertar del corazón, la base del sufrimiento, así como la materia es la base fundamental y creadora de todas las facultades humanas.[25]

 

La exaltación del sentimiento tanto material, proveniente de los sentidos, como el moral proveniente del intelecto fue reconocido como indisoluble en el acto de pensar, crear, conocer y vivir. El mundo afectivo y moral aparece como transhistórico frente a lo material; considerados rasgos del alma, el sentir y la moral, preceden lo material incluido el pensamiento racional y filosófico. De esta manera, la sobrevaloración de la dimensión afectiva, en la lógica discursiva de estas mujeres aparece como el camino viable del cambio en la moral.

 

Reflexiones finales:

 

Al establecerse la función moralizante de las mujer en una sociedad que debía conseguir el progreso material y social se la colocó como gestora de un capital intangible representado por la relación entre emociones y moral, aspectos sociales que se convirtieron en instrumento de cambio social.

 

De esta manera hemos podido dar cuenta de por un lado, las emociones generan una moral y a su vez el fomento de una moral generó un capital emocional que buscó encausar otro tipo de sentimientos y comportamientos dirigidos al bien común. Es evidente que las emociones dejaron de ser un aspecto constitutivo de la evolución animal y humana para convertirse en el atributo y base de las facultades más elevadas del ser humano por tanto se concibieron como perdurables y constitutivas del alma humana. También dejaron ser entendidas como aspectos de la vida privada, y se convirtieron en aspectos estructurantes de la vida pública porque la sanción social se amparó en la valoración de formas de sentir y de actuar. En este sentido, la promoción de ciertas emociones buscó conseguir un cambio en la moral de los individuos considerando su sexo y su función social. Cumpliéndose la eficacia social de ordenar la vida de hombres y mujeres.

 

Las estrategias  moralizantes de la mujeres mexicana intelectuales de finales del siglo XIX y XX, a través de las emociones ponen en evidencia la gestión de un capital emocional paralelo al económico y la promoción de ciertas formas de sentir y las normas morales rectoras del comportamiento esgrimidas fueron con toda seguridad el único capital que la sociedad decimonónica destinó a las mujeres para su gestión y administración.

 

 

 

 

 

 

 



[1] Illoz, Eva (2008) Intimidades congeladas. Argentina, Ed. Katz.

[2] Véase; López Sánchez, Oliva (2010) Virtuoso, templado y ahorrativo: Las prescripciones metodistas e higienistas del cuerpo en México en los siglos XIX y XX, en Op.cit. En prensa.

 

[3] Pese al nivel de analfabetismo que existía en México durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, México adoptó la máxima de la prensa como un verdadero instrumento de educación.

[4] En la colonia existió la primera publicación a cargo de una mujer;  Jerónima Gutiérrez (1539), esposa de Juan Pablos, primer impresor  colonial. En 1805 aparecen las primeras colaboraciones de mujeres en el periodismo (Diario de México y La Gaceta de Valdés) con composiciones poéticas siempre bajo un seudónimo. Los primeros periódicos dirigidos a las mujeres eran dirigidos y escritos por hombres. Dichas publicaciones fueron: El Calendario de las Señoritas Mexicanas, de Mariano Galván (1838); Presente Amistosos dedicado a las Señoritas Mexicanas, de Ignacio Cumplido (1847); Panorama de las Señoritas, de Vicente García Torres (1842) y La Semana de las Señoritas, de Juan R. Navarro (1851). 1873 Por primera vez una mujer queda al frente de un periódico su nombre Ángela Lozano, quien  en conjunto con Manuel Acuña fundaron la revista El Búcaro. El Presente amistoso (1847-1852); La Semana de las Señoritas (1850-1852); Las semana de las señoritas Mejicanas (1851-1852); La Camelia (1853); El Álbum de las señoritas (1855-1856).

[5] Sobre el particular puede consultarse la obra de Alvarado, Lourdes (2004) La educación superior femenina en el México del siglo XIX. Demanda social y reto gubernamental, México, CESU/Plaza y Valdés.

[6] El espiritismo fue y sigue siendo             una doctrina religiosa y filosófica, que se basa en el principio de la inmortalidad del espíritu, la reencarnación del mismo y su purificación. Representado por el francés Allan Kardek, El espiritismo ha tenido la función de rescatar la agencia del sujeto y la búsqueda del cambio individual para conseguir el bien común. Algunos de sus principios es la caridad entendida como la benevolencia, indulgencia y el amor al ser humano, único ser que posé un espíritu.

[7] Murguìa de Aveleyra, Mateana (1888) “Lawreana Wright de Kleinhans”, Violetas del Anáhuac, Año 1, Tomo 1, Núm 27. pp314-317.

[8] Enríquez Rosas, Rocío (2008:203-204)

[9] Durkheim, Emile (1968) Las formas elementales de la vida religiosa, París, PUF.

[10] Le Breton, David (1999) Las pasiones ordinarias. Antropología de las emociones. Buenos Aires, Nueva Visión.

[11] Le Breton, David (1999:104)

[12] Ibidem.

[13] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001) Antropología <<compleja>> de las emociones humanas, ISEGORIA/25 pp. 177-200 (188)

[14] Ibídem.

[15] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001:188)

[16] Ramírez Goicoechea, Eugenia (2001)

[17] Este tema lo hemos trabajado en otra publicación titulada;  López Sánchez, Oliva (2010) “La negociación emocional  femenina a través de las emociones” En dictaminación.

[18] María Alba (1887) “Aquí estamos” en; Las hijas del Anáhuac,  Año 1, Tomo,1, Núm. 1, Dic.4, p.4.

Énfasis nuestro. Se respeta ortografía original.

[19] Manresa de Pérez, Concepción (1887) “Mujeres de nuestra época”, Las Hijas del Anáhuac, Año 1, Tomo 1, Núm. 1, Dic.4, pp.7. y 19

[20] Manresa de Pérez, Concepción (1887) “Mujeres de nuestra época”, Las Hijas del Anáhuac, Núm. 1, Dic.4, p.7.

[21] El feminismo mexicano del siglo XIX se circunscribió a la promoción del derecho de las mujeres a recibir educación y a acceder a un trabajo remunerado honrado para asegurar su subsistencia en caso de que enviudara o no se casara. Nunca se planteó, por lo menos hasta los primeros años de siglo XIX, una demanda de participación política, esta se dará sobre todo hacia los años de 1910 y entre mujeres pertenecientes a los estratos rurales del norte y sur del país como es el caso de Juana Belén Gutiérrez de Gómez y otras más. El feminismo del último tercio del siglo XIX encausó su discurso a exaltar la función socializadora de la mujer como parte de su función materna.

[22] Wright de Kleinhans, Lawreana (1888) “El juego”, Las Violetas del Anáhuac, Año 1, Tomo 1, Núm. 29, pp.341-342.

[23] Correa Zapata, Dolores (1887) “No matar” en; Hijas del Anáhuac, Año 1, Tomo 1, Núm.3, pp.33. Énfasis nuestro.

[24] Wright de Kleinhans, Laureana (1888) “Sentimiento y pensamiento” en; Violetas del Anáhuac, Año 1, Tomo 2, Núm. 55, pp. 618-620

[25] Wright de Kleinhans, Laureana (1888) “Sentimiento y pensamiento”