X CONGRESO INTERNACIONAL DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Teruel, 14-17 de Septiembre de 2010
MENTE Y CUERPO.
PARA UNA ONTOLOGÍA DEL SER HUMANO
COMUNICACIONES
Sección comunicaciones 7B
“Cuerpo y mente en imágenes”
Coord. Ana García Varas (Universidad de Zaragoza)
9,30 h. – 11,30 h.
Sala de Juntas Vicerrectorado
Miquel Ángel Martínez (Universitat de València)
El año 1992, Francis Bacon muere en
Madrid. Unos meses antes, en 1991, el pintor había dejado su última huella artística:
un Estudio sobre el cuerpo humano
basado esta vez en la imagen de su amigo y heredero John Edwards. Se cerraba así
un círculo que había comenzado tiempo atrás, y que incidía en la gran
preocupación del autor por analizar los diferentes aspectos que componen la
figura humana, siempre con la imagen del cuerpo como eje vertebrador.
Así pues, pretendemos analizar la imagen que ofrece Bacon
sobre el ser humano a través del cuerpo. Y esto tomando como punto de partida
las contribuciones que Gilles Deleuze y el novelista checo-francés Milan
Kundera realizan al respecto. Con ello tratamos de afirmar un aspecto
fundamental: la importancia de lo corporal en la comprensión antropológica, así
como la imagen de vulnerabilidad que, para la figura humana, se desprende de un
análisis de estas características. Como afirma el propio Bacon, “somos carne,
somos armazones potenciales de carne. Cuando entro en una carnicería pienso
siempre que es asombroso que no esté yo allí en vez del animal”.[1]
Estudio del cuerpo humano, 1949.
1- Bacon,
expresión de la línea nómada.
La pintura de Bacon aparece en el análisis kunderiano como
una ruptura. Kundera destaca en este sentido la intención del artista por
conectar directamente con el espectador, sin necesidad de mediación conceptual
ni aparato crítico que acompañe a la obra. Esto se traduce en dos cuestiones
relacionadas: en el apartado del contenido, el esfuerzo de Bacon por eliminar
todo aquello que resulte convencional o vinculado a hábitos adquiridos; en
relación a la forma, la insistencia del autor por alejar la obra de un sesgo
sistemático, es decir, por eliminar aquellas partes de “relleno” que la
exigencia técnica impone a la hora de atacar la composición del cuadro. El
pintor logra de esta manera apuntar con su obra al núcleo mismo del tema que
pretende analizar: “casi todos los grandes artistas modernos intentan suprimir
estos ‘rellenos’, quitar todo lo que proviene de un hábito, todo lo que les
impide abordar, directa y exclusivamente, lo esencial (lo esencial: lo que el
propio artista, y sólo él, puede decir)”.[2]
Tríptico,
1991 (Panel derecha).
En la misma línea, Bacon expresa para Deleuze un caso particular
en el panorama pictórico, una línea de fuga que intenta superar ciertos
aspectos de la pintura figurativa sin recurrir por ello al arte abstracto. La línea
nómada que toma Bacon según Deleuze, la vía de la sensación, parte de la Figura sensible y tiene en el cuerpo y la
carne su protagonista principal. En efecto, Bacon busca crear una Figura con el
potencial suficiente para captar los hechos en bruto de la realidad y el carácter
accidental del ser humano. Un registro que impacte, además, en el sistema
nervioso del espectador:
“la sensación tiene una cara vuelta hacia el sujeto (el
sistema nervioso, el ‘instinto’, el ‘temperamento’, […] y una cara vuelta hacia
el objeto (‘el hecho’, el lugar, el acontecimiento). O, más bien, no tiene del
todo caras, es las dos cosas indisolublemente, es ser-en-el-mundo, como dicen
los fenomenólogos: a la vez devengo
en la sensación y algo ocurre por la
sensación […]. Y, en último término, el cuerpo mismo es quien la da y quien la
recibe, quien a la vez es objeto y sujeto”.[3]
Así pues, la vía de la sensación se distingue de la pintura
figurativa y del arte abstracto por un par de aspectos. En primer lugar: no
requiere el carácter narrativo que imponen ciertos artistas para explicar el
tema de su obra –“la sensación es lo que se transmite directamente,
evitando el rodeo o el tedio de una historia que contar”[4];
como tampoco los rasgos ilustrativos de la pintura, pues no se trata de
representar los objetos de la realidad de forma literal. En segundo término: la sensación recorre
una serie de niveles u órdenes en el tema que trata, de manera que produce una
imagen receptiva para con la complejidad de lo que se pretende registrar. “Y
con respecto a esto –afirma Deleuze siguiendo a Bacon– se le puede
hacer el mismo reproche a la pintura figurativa que a la pintura abstracta:
pasan por el cerebro, no actúan directamente sobre el sistema nervioso, no
acceden a la sensación, no despejan la Figura, y eso es porque ambas permanecen
en un único y el mismo nivel”.[5]
Esto explica el rechazo del pintor a la tendencia abstracta,
que requiere una interpretación conceptual, una mediación constante del cerebro
para entender la obra de arte. Y explica a su vez el sentido de las palabras de
Deleuze cuando afirma que “la fórmula de Bacon sería figurativamente pesimista,
pero figuralmente optimista”.[6]
Cabe
observar que el cuerpo y la existencia aparecen de nuevo como el punto
principal en la pintura de Bacon. Como ya se ha apuntado, el pintor trata de plasmar los hechos al tiempo que trata
de ofrecer una imagen penetrante de la vulnerabilidad que afecta al ser humano.
Este es el sentido de las sucesivas deformaciones –cambios de nivel, para
Deleuze– que inflige el pintor en los cuerpos y caras de sus cuadros: “la
sensación es maestra de deformaciones, agente de deformaciones del cuerpo”.[7]
Asimismo, en la época de la técnica y la extensión de la fotografía y el cine,
medios con capacidad para captar la figura humana de forma literal e incluso en
movimiento, Bacon se propone llegar un paso más allá.[8]
No se trata simplemente de representar la figura, aunque ésta se debe reconocer
en el cuadro. Se trata más bien de captar las fuerzas internas que violentan el
cuerpo, las tensiones que sufre el ser humano en su existencia cotidiana. Ni la
pintura figurativa –desfasada en relación a los nuevos medios–, ni
el arte abstracto –alejado de la figura–, resultan pues
convenientes, mientras que la sensación muestra al ser humano como carne y
cuerpo sometido al devenir y las tribulaciones de la existencia. Tríptico. Estudios del cuerpo humano, 1979 (Panel central).
Como resultado de estas observaciones, Deleuze ofrece por último
un par de hipótesis explicativas sobre el cambio de órdenes que realiza la
sensación. La primera es la hipótesis
motriz. El movimiento que
conservan los cuadros de Bacon, efecto de la sensación, actúa como una especie
de espasmo que afecta al ser humano en su dimensión corporal: “en último término
es un movimiento sin moverse del sitio, un espasmo, que testimonia un problema
propio de Bacon: la acción sobre el
cuerpo de fuerzas invisibles (de ahí las deformaciones del cuerpo,
motivadas por esta causa más profunda)”.[9]
En segundo término encontramos la hipótesis
fenomenológica. La sensación apunta a todos los ámbitos sensibles, de
manera que se produce una comunicación de carácter existencial, es decir, un movimiento común de todos los sentidos
que, de manera vívida y directa, registra un hecho de la existencia para
ofrecerlo al espectador: “cada vez que se representa la pieza de carne, se la
toca, se la siente, se la come, se la pesa”.[10]
Tríptico, 1976.
2- El
cuerpo a través del retrato: rostro y cabeza.
La pintura de Bacon revela para Kundera un aspecto
fundamental: el carácter eminentemente carnal de la constitución del ser
humano, una comprensión antropológica vinculada al cuerpo como expresión última
del sujeto. Esto es lo que explica el horror
que transmiten ciertos cuadros de Bacon. El ser humano se siente
interpelado en su parte más vulnerable, contrariado por tener que asumir una
condición que le aproxima al animal –Kundera recuerda la fascinación del
pintor por las imágenes de mataderos y carnicerías, por la belleza de las piezas
de carne.[11]
Más todavía: Bacon asume que el cuerpo, y por tanto el ser humano en conjunto,
responden a un estado de contingencia y arbitrariedad. El pintor abre así ante
el espectador la incertidumbre que se deriva de su propia constitución: “Bacon
[…] desenmascara el cuerpo como simple ‘accidente’, accidente que podría haber
sido confeccionado de modo muy distinto, por ejemplo, qué se yo, con tres manos
o con los ojos situados en las rodillas. Éstos son los únicos cuadros que me
llenan de horror”. Un horror que “proviene del carácter accidental del cuerpo humano súbitamente revelado por el
pintor”.[12]
No obstante, es en este punto donde Bacon abre la
posibilidad de una caracterización en positivo de la identidad. La sensación que
transmiten los cuadros del pintor al registrar lo azaroso de la figura humana,
actúa como elemento de escisión. Y este corte deja al descubierto que la
identidad se constituye por algún elemento que caracteriza al individuo
concreto y que sobrevive bajo un sinfín de contradicciones. Esto es lo que nos
muestran las sucesivas deformaciones con las que Bacon compone su pintura, el gesto brutal del pintor que nos lleva a
indagar en torno a la caracterización del sujeto –los límites del yo, en expresión de Kundera:
“no estamos seguros de que las profundidades conserven realmente algo –pero,
sea lo que sea, hay en nosotros ese gesto brutal, ese movimiento de la mano que
agarra, arrugándola, la cara de otro con la esperanza de encontrar en ella,
detrás de ella, algo que se oculta allí”.[13]
En
definitiva, Bacon aparece para Kundera como pintor
de rostros. Con los cuadros de retratos y autorretratos como imagen de
fondo, Kundera observa en la composición del rostro el esfuerzo del pintor por
mantener una instancia de sentido en la caracterización humana que ofrece con
su obra. Quizá la última huella que muestra al individuo concreto –pues los
retratos de Bacon conservan un parecido con el modelo–[14]
luchando por superar su condición indiferenciada de piezas de carne arrojadas
al matadero: “¿qué nos queda cuando hemos bajado hasta aquí? El rostro”.[15]
Henrietta Moraes,
1969.
La importancia del cuerpo en la pintura de Bacon tampoco
pasa desapercibida para Deleuze. No obstante, la posición deleuziana resulta
algo diferente a la expuesta por Kundera. “Bacon persigue un proyecto muy
especial en cuanto retratista –afirma Deleuze–: deshacer el rostro, encontrar o hacer que
surja la cabeza bajo el rostro”.[16]
Para Deleuze, igual que para Kundera,
Bacon expone a través de su pintura la condición de vulnerabilidad en que se
encuentra el ser humano. Como afirma Deleuze, el cuerpo alude en Bacon a dos
instancias paralelas: la carne (chair)
y la pieza de carne (viande). Nos
encontramos ante una zona de indiscernibilidad o proximidad, según la cual el
ser humano es, en su condición corporal, un devenir-animal.
En efecto, Bacon expone a través de sus cuadros “la certidumbre de que estamos
singularmente concernidos, que todos somos esa pieza de carne arrojada y que el
espectador está ya en el espectáculo, ‘masa de carne ambulante’”.[17]
Pintura, 1946.
Como sugiere F. Dosse,[18]
todo esto entronca con un proyecto de largo alcance en el haber de Deleuze y
Guattari, que ejemplifica a través del rostro la generación de identidades
fijas y estables. La máquina abstracta de
rostrificación representa para los autores la instancia que da lugar a los
significados que han de tomar las identidades toleradas y la forma que cabe esperar
en la caracterización del sujeto. La lógica binaria se impone en detrimento de
modelos de identidad basados en la multiplicidad:
“la máquina va a proceder a la constitución de una unidad de
rostro, de un rostro elemental en relación biunívoca con otro: es un hombre o una mujer, un rico o un pobre, un
adulto o un niño, un jefe o un subordinado, ‘un x o un y’. […] la máquina abstracta de rostridad desempeña un papel
de respuesta selectiva o de opción: dado un rostro concreto, la máquina juzga
si pasa o no pasa, si se ajusta o no se ajusta, según las unidades de rostros
elementales. La relación binaria es, en este caso, del tipo ‘si-no’. […] La máquina
rechaza continuamente los rostros inadecuados o los gestos equívocos”.[19]
El rostro es considerado por Deleuze un aparato de sobrecodificación de aquellos elementos
corporales que previamente han sido apartados de su referente primario –próximo
al carácter animal. Un complejo de signos que ahoga al cuerpo –de nuevo
plasmado en la cabeza– e impone un corsé al individuo concreto: “el
rostro representa […] una desterritorialización absoluta: deja de ser relativa, puesto que hace salir la cabeza del
estrato de organismo, tanto humano como animal, para conectarla con otros
estratos como los de significancia o subjetivación”.[20]
Por su parte, Bacon desarrolla así, con su pintura, un
proyecto liberador, pues lleva a cabo la disolución de la instancia
significante y subjetivadora que es el rostro al tiempo que favorece el
surgimiento de los trazos netamente corporales y carnales del ser humano –el
devenir-animal. Satisface con esto uno de los objetivos de la filosofía deleuziana,
también en clave de acción política, consistente en huir de los significados
convencionales y los modelos de sujeto impuestos por el poder:
“Si el rostro es una política, deshacer el rostro también es
otra política, que provoca los devenires reales, todo un devenir clandestino.
Deshacer el rostro es lo mismo que traspasar la pared del significante, salir
del agujero negro de la subjetividad. El programa, el slogan del esquizoanálisis
deviene ahora: buscad vuestros agujeros negros y vuestras paredes blancas,
conocedlos, conoced vuestros rostros, esa es la única forma de deshacerlos, de
trazar vuestras líneas de fuga”.[21]
Cabe encontrar, en definitiva, una última correspondencia en
el análisis que, a partir de la producción baconiana, llevan a término Deleuze
y Kundera. Al afirmar el cuerpo como instancia necesaria para completar la
comprensión de lo humano, se incide no sólo en la extrema vulnerabilidad que
encierra el individuo, sino también y sobre todo en su capacidad emancipadora y
creativa, en su potencial de individuación y generación de identidades basadas
en esquemas no codificados por instancias superiores. Para el novelista: “la
mano violadora del pintor se apodera con un ‘gesto brutal’ de la cara de sus
modelos para encontrar, en algún lugar en profundidad, su ‘yo’ sepultado. En
esa búsqueda baconiana las formas sometidas a una ‘total distorsión’ nunca
pierden su carácter de organismos vivos, recuerdan siempre su existencia
corporal, su carnalidad”.[22]
Para el filósofo: “el rostro ha perdido su forma al soportar las operaciones de
limpia y cepillado que lo desorganizan y que hacen que en su sitio surja una
cabeza. Y las marcas o trazos de animalidad no son en absoluto formas animales,
sino más bien espíritus que frecuentan las partes limpiadas, que estiran la
cabeza, individualizan y cualifican la cabeza sin rostro”.[23]
Tres estudios de figuras junto a una
Crucifixión, 1944 (Detalle, panel derecha).
Miquel
Àngel Martínez i Martínez.
A
Evaristo C.M.: amigo y maestro en horas infinitas.
Fuentes
primarias.
Deleuze, Gilles: Francis Bacon. Lógica de la sensación,
Traducción de Isidro Herrera, Madrid, Arena Libros, 2005.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix:
Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia,
Traducción de José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta,
València, Pre-Textos, 2008.
Kundera, Milan: Un encuentro, Traducción de Beatriz de
Moura, Barcelona, Tusquets, 2009.
Sylvester, David: La brutalidad de los hechos. Entrevistas con
Francis Bacon, Barcelona, Polígrafa, 2009.
Bibliografía
secundaria.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix:
¿Qué es la filosofía?, Traducción de
Thomas Kauf, Barcelona, Anagrama, 2005.
Dosse,
François: Gilles Deleuze y Félix
Guattari. Biografía
cruzada, Traducción de Sandra Garzonio, México, FCE, 2009.
Leiris, Michel: Francis Bacon, Traducción Ramón Ibero,
Barcelona, Polígrafa, 2008.
Navarro Casabona, Alberto: Introducción al pensamiento estético de
Gilles Deleuze, València, Tirant lo Blanch, 2001.
Peppiatt, Michael: Francis Bacon. Anatomía de un enigma,
Traducción de Cristina Salmerón, Barcelona, Gedisa, 1999.
[1] D. Sylvester: La brutalidad de los hechos. Entrevistas con
Francis Bacon, Barcelona, Polígrafa, 2009, p. 43.
[2] M. Kundera: Un encuentro, Barcelona, Tusquets, 2009,
p. 23.
[3] Deleuze: Francis Bacon. Lógica de la sensación, Madrid, Arena Libros, 2005,
pp. 41-42. La sensación como categoría
teórica ocupa un lugar central en el planteamiento estético de Deleuze. Así se
puede observar en la última contribución del autor junto con Guattari, en que
se afirma la relación entre filosofía y arte como el paso del concepto a la
sensación: “la obra de arte es un ser de sensación”. La sensación aparece así
como un compuesto de afectos y perceptos, instancias que superan en la
actividad artística las afecciones y percepciones particulares. Cf. Deleuze y
Guattari: ¿Qué es la filosofía?,
Barcelona, Anagrama, p. 164 y ss.
[4] Deleuze: Francis
Bacon, p. 43.
[5] Deleuze: Francis
Bacon, p. 43.
[6] Ibídem: p. 49.
[7] Ibídem: p. 43.
[8] “Con esos maravillosos medios
mecánicos para registrar el hecho –afirma Bacon–, no puedes hacer
sino buscar un punto mucho más extremo en que transmitas el hecho no como hecho
simple, sino a varios niveles, en que abres las áreas de sentimiento que
proporcionan un sentido más profundo de la realidad de la imagen; en que
intentas hacer una obra que atrape esta realidad ruda y viva, y la fije allí,
fosilizada por fin”. Sylvester: op.cit.,
p. 59.
[9] Deleuze: Francis Bacon…, p. 48. Cursiva del autor.
[10] Ibídem.
[11] Kundera: op.cit., p. 26. Cf.
Sylvester: op.cit., p. 23: “Siempre
me han conmovido mucho los cuadros de mataderos y carne, y para mí se
relacionan mucho con todo el tema de la Crucifixión. Se han hecho fotografías
extraordinarias de animales inmediatamente antes del sacrificio; y el olor de
la muerte”.
[12] Kundera: op.cit., pp. 28-29.
[13] Ibídem: p. 17.
[14] Ibídem: p. 19.
[15] Ibídem: p. 29.
[16] Deleuze: Francis
Bacon…, p. 29.
[17] Ibídem: p. 32.
[18] F. Dosse: Gilles Deleuze y Félix Guattari, biografía
cruzada, México, FCE, 2009, p. 573.
[19] G. Deleuze y F. Guattari: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia,
València, Pre-Textos, 2008, p. 182.
[20] Deleuze y Guattari: Mil mesetas, p. 178.
[21] Ibídem: p. 192.
[22] Kundera: Un encuentro, p. 19.
[23] Deleuze: Francis Bacon…, pp. 29-30.